jueves, 20 de marzo de 2014

Recordando la razón de la lucha por el socialismo



Bernardo Ancidey
Dentro del mar de noticias relacionadas con el ataque fascista a la Revolución Bolivariana, se colaron dos noticias que nos recuerdan la magnitud del avance de la barbarie en el mundo moderno y la razón de la lucha por el socialismo: la creciente inequidad en la distribución de la riqueza y su carácter insuperable dentro del marco del capitalismo.  La primera,  del  17 de marzo la trae la BBC y señala que en el Reino Unido de acuerdo a un reporte de la ONG Oxfam, la brecha entre ricos y pobres ha aumentado hasta el punto que las cinco familias más adineradas concentran más riqueza que un quinto de toda la población del país, o sea 12 millones de personas. La otra, del 19 de marzo es de la Jornada de México e indica que 10 ricos mexicanos superan los ingresos de toda la población de ese país, unas 120 millones de personas.
Lo pavoroso de esos informes, comunes a casi todos los países del mundo, es la tendencia al crecimiento de la desigualdad entre unos cuantos inmensamente ricos y la abrumadora mayoría de los seres humanos. Entre estos últimos se incluye esa triste “clase media” infatuada, que vive atemorizada por el socialismo, pero que se tapa los ojos ante la segura inminencia de otra de las tantas crisis sistémicas del capitalismo que la arrimará, como ocurre hoy día en Europa, hacia los sectores más pobres.
La lógica de acumulación del capital conduce inexorablemente a quien se lo apropia a tener   cantidades cada vez mayores, mientras que el que vive de un salario, sin importar cuan alto pueda ser, vive en un equilibrio precario y oscilante, de acuerdo a los vaivenes de la economía. En términos de las ciencias de la complejidad, se dice que la distribución de la riqueza o de los ingresos entre las personas o familias, responden a una ley de potencia. Otro término muy empleado es el del principio “los ricos se hacen más ricos”, también llamado efecto Mateo por alusión a la frase bíblica “al que más tiene más se le dará, y al que menos tiene, se le quitará para dárselo al que más tiene”.
El descubrimiento de las regularidades anteriores, fue hecho originalmente por el economista italiano Wilfredo Pareto, al analizar la distribución de tierras en Italia en 1906. Hoy día los estudios se han vuelto mucho más refinados, resaltando como elemento común que la desigualdad en los sistemas capitalistas nunca aminora. La inmensa mayoría de la población se encuentra en una especie de equilibrio, sus ingresos, si los tienen, siempre tienden a igualar sus egresos, sin importar si hay bonanza o crisis económica. En cambio, los más ricos siempre ganan, lo único que varía es su tasa de ganancia, unas veces es más pronunciada que otras. Se ha observado que en las llamadas crisis económicas las tasas de ganancias de los más ricos se disparan.
Las acciones gubernamentales situadas dentro del marco del capitalismo no pueden cambiar este patrón de distribución de la riqueza,  tan solo pueden afectar la tasa de acumulación capitalista, es decir la velocidad a la cual el burgués se aprovecha de los trabajadores. Así en México se roba con mayor descaro a los trabajadores que en el Reino Unido. Cambia el monto pero no la cualidad del delito.
Venezuela a diferencia de los casos anteriores, refleja la tendencia humanista y civilizatoria, disminuyendo la brecha entre ricos y pobres cada año, tal como lo señala el Informe del Programa de la Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU-Habitat), al ubicarnos como el país menos desigual de América Latina y el Caribe. Para 2009 el coeficiente de Gini con el cual se mide el grado de desigualdad social era de 0,41 y para el año 2012 se ubicaba en 0,39. Este logro se ha hecho dentro del marco de construcción del socialismo, con una amplísima participación democrática y respetando los derechos humanos.
El ejemplo que Venezuela le da al mundo, de avanzar hacia una justa distribución de la riqueza por la vía socialista, es sin duda una de las causas que promueven la virulencia del actual ataque en contra de nuestro pueblo. Los capitalistas no pueden permitir que se repita el ejemplo del Chile de la Unidad Popular, de tener una nación que avance al socialismo dentro de un marco de amplísimas garantías democráticas. Somos, en su perversa visión del mundo, un mal ejemplo.

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