sábado, 19 de mayo de 2018




EL SILENCIO DE RAJMA


Relato presentado en el Primer Concurso Literario Flotilla de la Libertad: "Llaves para un futuro digno"

La primera vez que hablé con Rajma, en el 2009, buscaba a cualquiera en Palestina, a través de las redes sociales, para hablar de Jerusalén. Tenía la intención de viajar y quería ver como hacía alguien, en Venezuela, para visitar esa ciudad. A partir de allí comenzamos a entablar una amistad virtual, teniendo de primera mano testimonios de las penurias de quienes viven en Palestina.
Rajma era un estudiante, de buena familia, más bien autodidacta, que se fue formando como profesor de matemáticas en su natal Gaza, sin embargo, leía y devoraba cantidades de libros que lo elevaban intelectualmente y le brindaban toda clase de conocimientos para sostener de manera ferviente sus puntos de vista. A mi interés de visitar Jerusalén se contrapuso el interés de Rajma por conocer sobre Hugo Chávez y su empeño en defender la causa Palestina. Las primeras veces me preguntó si era un interés genuino o era de ese tipo “izquierdistas” quienes, por moda, quiere parecer progresistas. Le manifesté que su amor por los oprimidos, por los que sufren en el mundo y en particular por los palestinos era sincero.
A través del ciberespacio pude adivinar cómo un brillo de luz aparecía en los ojos de Rajma, esperanzado en que se levantaran voces gigantes capaces de denunciar el acoso y los crímenes de Israel.
Rajma estudiaba en la Universidad Al-Azhar en Gaza, a poco más de un kilómetro de la playa. Allí el aire del mediterráneo envuelve el recinto universitario, llenando los salones de la Facultad de Educación, con los recuerdos de pescadores que por siempre tuvieron en el mar su fuente de trabajo, su riqueza y su sustento. La Universidad Al-Azhar no es antigua, funciona desde el año 1991, por lo que el mar aún no la impregna de esa capa salada, profunda, que cubre las construcciones costeras. Desde su salón de clases, en el segundo piso, Rajma ha escuchado a más de un profesor decir que ni los obuses, ni los proyectiles, ni los tanques, ni las balas, ni el fuego, van a permitir que ellos dejen de seguir formando a los Palestinos. La Universidad ha pasado ya por dos intifadas.
Por un lado, la vista al mediterráneo y, por otro lado, ser vecinos de la Universidad Islámica, obligaban a Rajma a meditar sobre su papel, sobre su pasado, su religión, su activismo, y su futuro. Como la mayoría en Gaza, simpatizaba con Hamás, siendo un colaborador consciente de las razones por las que defendía a su patria.
Rajma, me contaba que él era un auténtico descendiente de los filisteos, y se enorgullecía de historias en las que sus antepasados directos habían derrotado a los egipcios, hace más de diez mil años. Sus profesores no hacían más que acrecentar el orgullo por su tierra y por su historia. Cerca de la Universidad, Rajma se conectaba en un ciber, mientras miraba las frutas de las Tiendas Aboud Al – Najjar.
En ese mismo ciber esperaba a Sara, su prometida. Una tarde a inicios del 2010, estábamos celebrando un año de nuestra amistad por internet. Rajma estaba alegre, como de costumbre, pero por la cámara pude ver cuando llegaba Sara al ciber, y noté como el ambiente enseguida cambió. Las noticias que traía Sara no eran alentadoras. En medio de la más despiadada persecución, los vejámenes del ejército sionista, la imposibilidad de salir y tener que permanecer, humillados en la cárcel más grande del mundo, en medio de ese abrumador panorama, las risas de Rajma y de Sara eran siempre un aliciente para todos. Pero ese día algo pasaba.
Sara había discutido en su casa, con sus tíos. Querían que se casara lo antes posible, que alguien asumiera los gastos y que además aportara al hogar. Los suministros escaseaban, y el hambre alcanzaba a todos, incluyéndolos a ellos quienes se consideraban personas de clase media. Unos familiares de Sara trabajaban casi como esclavos en la ciudad industrial de Haifa y esto les permitía tener algún acceso a los productos alimenticios. Por su parte, algunas tardes Rajma se acercaba a organizar con los pescadores salidas rápidas al mar en las madrugadas siguientes. Debían violar las disposiciones israelíes de costa seca para Gaza, por lo que pescaban a escondidas y cerca de la orilla. Esta pesca artesanal apenas alcanzaba para comer.
El futuro de Rajma y de Sara era incierto. A miles de kilómetros de distancia yo los alentaba, les decía que eran ejemplo de resistencia, que eran parte de ese ejército anónimo que lucha y que se niega a ser silenciado. Mi admiración era genuina. Pero con eso solamente, no se come.
Ya a mediados del mes siguiente me enteré de una hermosa campaña que se realizaba para ayudar a los Palestinos: se trataba de la Flotilla de la Libertad. Les informé y la emoción y el agradecimiento tanto de Rajma como de Sara era infinito. Desde Caracas los aupaba y les pedía que siguieran trabajando, resistiendo y principalmente estudiando. La información de la Flotilla de la Libertad corría como pólvora y muchos la manejaban en detalle.
El amor de Rajma hacia Sara era un aliciente a esa atormentada muchacha cuyos padres murieron vilmente luego de un bombardeo en la llamada Operación Plomo Fundido. Su hermano menor, Muhammed, también falleció. Su casa fue destruida quedando todos aplastados en su interior. Tal vez murieron instantáneamente, era lo que deseaba Sara, que sus padres y su hermano hubieran encontrado una muerte rápida. Ellos vivían en la ciudad de Jan Yunis, a unos 25 kms de la ciudad de Gaza. Había pasado apenas un poco más de un año de aquel fatídico mes de diciembre de 2008. Sara, desconsolada trató de huir por la ciudad de Rafah hacia Egipto, pero el bloqueo israelí se lo impidió. Incluso, unos amigos se ofrecieron a pasarla fuera de la Franja por los túneles, pero los israelíes los bombardeaban, dejando tapiados a decenas de gazatíes que huían del conflicto. Finalmente, Sara logró cobijo en casa de sus tíos en la ciudad de Gaza, en plena avenida Abdel Naser. Para Rajma, estudiar en la Universidad Al-Azhar, en la misma avenida donde residía su novia, y tener el mar allí tan cerca, le resultaba notablemente feliz. El transporte era un problema y las alcabalas israelíes siempre son un riesgo. Constantemente lo decía, Gaza es la cárcel más grande del mundo, pero una cárcel al fin, y Sara era testigo y víctima de esto.
Pasé varias semanas sin saber de Rajma. Ya a finales de aquel mayo de 2010 volví a hablar con él. Estaba entusiasmado. Tanto él como Sara esperaban el Mava Marmara, el barco de la Flotilla de la Libertad. Habían organizado como sería la recepción, cómo se repartiría la ayuda, quienes estaban más necesitados. Todo era un alborozo que hacía vibrar mi computadora. Sara casi no lo dejaba hablar y le quitaba el teclado para añadir más y más detalles. Yo de verdad estaba feliz con su felicidad. Se disculpaban por no conectarse casi, cuestión que, si se toma en cuenta la diferencia horaria, hacía suponer que en mi espera de conexión mediaban largos trasnochos. En esas noches meditaba sobre las injusticias y el cinismo estadounidense e israelí quienes abiertamente amenazaban la existencia del milenario pueblo de Palestina.
El 1ro de abril de 2010 era un jueves, tenía que trabajar temprano pero no pude. Con desespero empecé a escuchar, a miles de kilómetros de distancia, los gritos de quienes lloraban una iniciativa frustrada.  Militares israelíes atacaron cobardemente el buque de la Flotilla, ocasionando la muerte de diez activistas y más de 50 heridos. Se bloqueó la entrega de más de diez mil toneladas de ayuda humanitaria y se frustraron los sueños de miles de gazatíes que contaban con esta ayuda.
Mi computadora permaneció por días, por semanas, por meses, tratando de encontrar una conexión con Rajma o con Sara. Ocho años después, su silencio se parece al de las naciones que prefieren ignorar la tragedia palestinense. Silencio sepulcral.
marzo, 2018