lunes, 2 de mayo de 2016

Aquí tampoco votan los pobres

Bernardo Ancidey
La mediática internacional aún luce alborotada con la afirmación del candidato demócrata a la Presidencia, Bernie Sanders, de que en los EEUU los pobres no votan. La perogrullada, que recuerda al niño del cuento del Rey Desnudo, ha molestado profundamente a todos los que pretenden vendernos la opresiva y excluyente plutocracia gringa, como el paradigma de la democracia mundial.
Sin embargo, no nos adelantemos a buscar la paja en el ojo ajeno sin mirar la viga en el propio. Nuestras sureñas democracias tampoco tienen mucho de que vanagloriarse, porque los procesos de marginalización socio-política de los sectores más pobres, siguen tan vigentes hoy como ayer, pese a la pasantía gubernamental de sectores progresistas o de izquierda en la última década.
En el caso de Venezuela, ha sido una constante en todos los procesos electorales, incluso los celebrados en los últimos 17 años, la significativa diferencia entre la elevadísima y unificada participación electoral de los más ricos, y la baja y dividida de los sectores populares.
En las ricas y urbanizadas zonas donde habitan los estratos socioeconómicos medios, medio-altos y altos, o más bien, pequeños burgueses y burgueses,  la participación alcanza entre el 90 y el 100% del registro electoral, mientras que en barrios y zonas rurales, donde viven trabajadores, campesinos pobres y por supuesto el lumpen, apenas si ronda alrededor del 50%. El ya histórico 30% de abstención en nuestras elecciones nacionales está constituida abrumadoramente por gente pobre.
Las cifras de participación de los más pobres han oscilado según el tipo de evento electoral, aumentando en procesos nacionales donde veían alguna esperanza de cambio o para confrontar un posible empeoramiento de su situación, como durante las elecciones presidenciales del Comandante Chávez o para el referendo revocatorio. Sin embargo, jamás llegaron a alcanzar las cifras de participación de los sectores más adinerados. Para empeorar la situación, la participación de los pobres en elecciones parlamentarias, regionales o municipales, siempre ha estado muy por debajo de las presidenciales o refrendarias. La causa es la paradoja de la desesperanza aprendida, porque siendo la elección de autoridades o voceros más cercanos, muchos no ven que impliquen algún cambio significativo en sus vidas.
Los triunfos de Chávez se debieron básicamente a la incorporación de millones de pobres excluidos en procesos electorales anteriores y que aún cuando su participación nunca superó proporcionalmente a la de los sectores más ricos, fue suficiente por la extensión, para superar los núcleos duros de la votación opositora en las urbanizaciones citadinas.
Sin embargo, la pasada elección parlamentaria del 6D en Venezuela, no fue sino resultado de una tendencia de muchos años, que parece que nadie quiso ver (véase Análisis de elecciones nacionales 1998-2015: Revolución o Extinción en http://www.aporrea.org/actualidad/a219671.html). Los éxitos electorales de ayer cegaron la posibilidad de una mirada más atenta a una dinámica electoral innegable de crecimiento indetenible de la votación favorable a la derecha.
Una muestra ilustrativa de la realidad electoral venezolana puede encontrarse en el municipio Sucre del Estado Miranda, el cual es indistinguible del resto de Caracas y combina la presencia mixta de una zona considerada como el barrio pobre más grande de Latinoamérica y una significativa presencia de urbanizaciones de sectores medios y altos. Allí se han turnado las votaciones a favor del chavismo y la oposición, y la diferencia la ha marcado siempre la votación de los habitantes de los barrios, porque la participación electoral en las ricas urbanizaciones siempre ha sido constante, elevada y unificada. Así, si la votación de los barrios sube a más de 60%  ganará el chavismo, pero si disminuye, se impondrá el voto militante de la derecha.
La situación ahora luce más comprometida, dado que luego de la incorporación de millones de pobres que entre 1999 y 2006 votaron por el chavismo, desde ese año el proceso se ha detenido, y hoy por hoy el crecimiento de la población y por tanto del registro electoral con la incorporación de nuevos votantes jóvenes, solo alimenta el crecimiento de la votación a favor de la derecha (El 92% de los jóvenes votan por la Derecha en http://www.aporrea.org/actualidad/a219853.html).
Las causas de la menor participación electoral de trabajadores, del campo  y la ciudad y del lumpen, hay que buscarla no tanto en la pobreza, sino en los procesos concomitantes de marginalización y adoctrinamiento de los aparatos ideológicos del capital. Entre estos, destacan en nuestro mundo hipermoderno y globalizado, la idiotización mediática y la novísima manipulación a través de las redes sociales para los no tan pobres.  Masajeando la mentalidad de millones, logran la domesticación del pueblo, asegurando su pasividad y la aceptación de la injusticia social como algo normal, promoviendo el debilitamiento de la cohesión social a favor del individualismo burgués y la desconfianza en nuestras propias fuerzas para lograr el cambio social.  
También contribuye a la exclusión electoral de los pobres, la distribución de los centros de votación, los cuales se concentran en las zonas urbanizadas y son prácticamente inexistente en muchos barrios y zonas rurales. Hay que reconocer que en el pasado reciente, Venezuela avanzó en vencer la exclusión electoral, acercando los centros de votación a los electores de zonas marginales, y masificando los procesos de cedulación.
Estas acciones deben continuarse y profundizarse, junto a la necesaria educación electoral, que hoy día es prácticamente inexistente y que seguro su ausencia fue un factor que impulsó el súbito incremento en los votos nulos en las pasadas elecciones parlamentarias del 6D.
Transformar la realidad en Venezuela y en el resto de Nuestramérica y dejar de ser democracias en el papel exige, además de los procesos de autoorganización comunal, una verdadera revolución electoral que empodere a la totalidad de los sectores populares y no solo a una fracción de ellos, por muy significativa que ahora nos parezca.
Si los pobres del mundo alguna vez pudieran votar en la misma proporción que los más ricos, otro gallo cantaría

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