jueves, 29 de mayo de 2014

Elecciones, masacres y operaciones psicológicas

Bernardo Ancidey
Las elecciones de San Diego y San Cristóbal no sorprenden por el triunfo opositor sino por su contundencia. Era razonable esperar que el comportamiento criminal de los guarimberos contra la población se manifestara en un repudio de su propia base social, lo cual debió traducirse en un crecimiento de la abstención en los votantes opositores y hasta en un incremento de la votación chavista, pero ocurrió todo lo contrario.

Sin desmerecer los análisis relativos a las fallas en la estrategia electoral, es evidente que el deseo opositor de acabar con el chavismo es superior a cualquier malestar que hayan podido sufrir desde febrero. Una gran parte de la oposición está convencida de que vive en la peor dictadura que ha existido en la historia de la humanidad, por lo cual todo vale para acabar con el gobierno de Maduro, desde elecciones hasta terrorismo, pasando por traición a la patria y llamados a una intervención militar extranjera.

Siendo Venezuela un país democrático, respetuoso de los derechos humanos y de la libertad de expresión hasta el punto de arriesgar su soberanía, ser considerado por una significativa parte de su población como una dictadura, es un asunto que trasciende hacia lo sicológico. Tal creencia solo puede ser considerada como una disociación mental, resultado como han señalado diversos autores, de una operación psicológica en gran escala y permanente, señalando a JJ Rendón como el agente de la misma.

Para los que opinan que estos son inventos, les recomiendo la lectura de un artículo publicado por Alston Chase en junio de 2000 en The Atlantic Monthly, donde relata los brutales experimentos sicológicos realizados en la Universidad de Harvard, (la misma que le dio el premio a Leopoldo López por “su apoyo a la democracia y transparencia en Venezuela”) por parte del psicólogo Henry Murray. En esos antiéticos experimentos participó Theodore Kaczynski, quién años después se conocería como el terrorista Unabomber, el cual asesinaba mediante bombas enviadas por correo.

Lo más revelador del caso de Kaczynski es que detrás de los experimentos a que fue sometido en Harvard, estaba la CIA y su interés en las operaciones de lavado de cerebro. En sí esto no es una novedad, dadas las conocidas experiencias del doctor Donald Ewean Cameron en el proyecto MKULTRA para el control mental y la tortura.

Pero las sorpresas no se reducen al Unabomber. La creciente aparición de jóvenes irrumpiendo en escuelas, universidades o cines, asesinando decenas de personas para luego suicidarse o al menos intentarlo, se contradice con la tendencia a una disminución generalizada del crimen en EEUU. Una explicación a este fenómeno la aporta el psiquiatra John Liebert, quien señala el carácter epidémico de estos brotes de violencias, donde ideaciones patogénicas son transmitidas de persona a persona, gracias a los medios y a los videos juegos violentos como Call of Duty. Liebert señala como la actuación del Unabomber fue copiada por Anders Breivik, el terrorista de derecha noruego que asesinó 77 jóvenes del partido socialdemócrata noruego en 2011. A su vez, éste sería imitado por Adam Lanza, perpetrador de la masacre de la escuela Sandy Hook, donde perdieron la vida 28 personas, incluyendo al propio Lanza. Lamentablemente la cadena de imitaciones no se ha detenido.

La conclusión es inquietante. Las operaciones psicológicas inspiradas y financiadas por la CIA sobre determinado grupo de personas, han devenido en graves trastornos mentales que se transmiten socialmente, arrastrando a los afectados a un estado de franca disociación, en la cual son incapaces de percibir adecuadamente la realidad y los preparan para justificar cualquier crimen, por más horrendo que pueda parecer.

Si se observan a los guarimberos se puede observar su éxtasis frente a sus crímenes, su corporeidad revela omnipotencia, como si se creyeran héroes hollywoodenses o avatares de un video juego violento. Tanto ellos, como los que los apoyan pasivamente, han sido como el Unabomber, sujetos a una operación psicológica de disociación con efectos contagiosos, multiplicados por los medios y las redes sociales.

La lucha política actual en Venezuela, es una guerra de cuarta generación donde los aspectos de manipulación sobre las emociones como el miedo y el asco, son tan o más importantes que las armas. Confrontarlas implica comprender en profundidad como operan para poder desarrollar contramedidas que vayan más allá de una campaña o un slogan. Se trata de establecer programas de verdadera higiene mental para la totalidad de la población y darle vuelta al mundo al revés denunciado por Eduardo Galeano. De no hacerlo se repetirá el escenario de irracionalidad de San Diego y San Cristóbal.

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