Bernardo Ancidey
La tecnología además de incrementar nuestra capacidad de intervenir
en el mundo de formas insospechadas, tiene un efecto de alejamiento entre
nosotros y esa parte del mundo sobre la que actuamos. Este distanciamiento
simultáneamente genera un efecto donde el uso repetido y continuado de los
instrumentos, termina convirtiéndonos en instrumento del instrumento. El hacha
que usamos para cortar un tronco, solo puede ser utilizada correctamente de
cierta manera, su uso repetido desarrolla nuestra habilidad a costa de
modificar nuestra anatomía, incluyendo músculos y neuronas, para hacer los
cortes cada vez con más eficacia. El hacha en nuestro cerebro se modela como
una extensión de nuestro mano y brazo. Esto tiene un costo, ya que nuestra
anatomía es cincelada por el uso repetido de la tecnología, limitando nuestras
posibilidades motrices e intelectuales dado que se han especializado para
realizar una actividad en particular.
Los nuevos medios como Internet, telefonía celular, mensajería
electrónica, tv satelital con sus centenas de canales, Google, whatsapp,
twittter, facebook, entre otros, a primera vista lucen como instrumentos
maravillosos para mantener a las personas en contacto y sobre todo ofrecer
conocimiento instantáneo. La realidad según muestran muchos estudios, es que la
permanente y ubicua presencia de esta tecnología, solo logra que estemos
saltando de una distracción a otra. Esto afecta nuestra capacidad de
concentración e impide realizar una lectura profunda sobre cualquier tema o concentrarnos
en un tema en particular. Terminamos tan instrumentalizados que remedamos la
tecnología que usamos, yendo de un enlace al otro, sin detenernos en ninguno
nada más que unos 24 segundos o menos.
Lo paradójico es que llegamos a creernos que mientras más
actuemos de esa manera más conocimientos tendremos y más amplias serán nuestras
relaciones. La poca o nula concentración en temas o personas, solo trae como
consecuencias conocimientos y relaciones superficiales con los demás. Nuestra febril manía por estar conectado, en realidad solo expresa
la búsqueda inútil por vivir eternamente distraídos, atraídos por lo llamativo,
la moda o el topic trend, lo
inmediato, lo que nos devuelva respuestas al toque de un botón.
Al igual que con el hacha, estas nuevas tecnologías también
nos están instrumentalizando, y de la peor manera. Si bien un libro es una
tecnología que nos obliga a concentrarnos anulando otras opciones en nuestro
cerebro, nos deja como recompensa el incremento de nuestras capacidades cognitivas.
En cambio las nuevas tecnologías, con su distracción permanente solo sirven
como drogas recreativas, sin las cuales sentimos que ya no podemos vivir. El
resultado, cada vez sabemos menos, cada vez estamos menos en contacto con los
demás, y vivimos pendiente de lo rutilantemente efímero.
En la guerra contra Venezuela, vemos cuan eficaz ha sido
este embrutecimiento tecnológico, cuando muchas personas solo creen en la
realidad inmediata de la imagen o del texto de 120 letras y son incapaces de
reflexionar un segundo para profundizar acerca de la veracidad del mensaje. El
mundo se les ha reducido a una cacofonía de miles de mensajes engañosos, y su
cerebro ya modelado, es incapaz de salir de esa telaraña y solo busca seguir
siendo alimentado con esta nueva cultura de irracionales flashes mediáticos.
No soy ludita, pero tal parece que si el capitalismo continúa
usando las tecnologías de información y
comunicación para engancharnos a través de nuestras adicciones primarias, el
mundo a corto plazo solo será una masa despersonalizada, asocial y envilecida
por el consumismo.