Bernardo Ancidey
La complejidad en la ciencia
describe sistemas cuyo comportamiento no puede ser explicado solo a partir de sus
unidades constituyentes. Bajo este punto de vista un transbordador espacial o
una computadora no serían complejos, dado que el funcionamiento de los mismos
sí puede ser explicado a partir de los elementos que los constituyen, aunque
cuando sea un trabajo arduo. El término emergencia se utiliza para describir
propiedades como la vida, dado que colectar los elementos que forman a un ser
humano no es suficiente para construirlo. Los sistemas complejos se construyen
a partir de las mismas leyes fundamentales que operan en la naturaleza, creando
y actuando sobre distintos niveles jerárquicos de organización de la materia.
Sin irnos a casos extremos como
la vida, hay sistemas complejos sencillos, como el comportamiento de una
bandada de pelícanos en la playa, donde el grupo se mueve como un todo
armoniosamente, sorteando obstáculos y continuando aún si faltan algunas aves.
La bandada se mantiene incólume y por eso se dice que son sistemas robustos o
resilientes, con capacidad de sobrevivir y recuperarse como totalidad dentro de
cientos límites, frente a cambios a veces abruptos. La organización de la
bandada no depende de una dirección central o de un plan preconcebido, y su evolución
responde a interacciones sencillas entre los individuos que lo componen.
Es paradójico que el
comportamiento, aún si luce muy complicado, pueda ser explicado a partir de
reglas de interacción simples entre las unidades conformadoras. La emergencia
no es algo sobrenatural, sino el resultado de las interacciones donde se
combina el determinismo y las probabilidades, siendo posible derivarla
matemáticamente para algunos fenómenos.
No hay algo así como una teoría
compleja y nadie la está buscando, ya que la complejidad es una perspectiva que
acumula una variada gama de heurísticas desarrolladas gracias al desarrollo
informático. La computadora es a la investigación en complejidad, lo que alguna
vez fue el telescopio para la astronomía. El avance del poder de cómputo
permite que se incremente la capacidad para tratar con las capacidades
adaptativas de los sistemas sociales, algo que rutinariamente viene haciéndose
en instituciones como el paradigmático Santa Fe Institute en Nuevo México, EEUU.
En este y otros centros de las metrópolis, participan equipos
multidisciplinarios para analizar el origen de la vida o el cáncer, y fenómenos
sociales como las recurrentes crisis del capitalismo, la primavera árabe, el
auge y caída de las civilizaciones, todo lo cual resulta esencial para
comprender la evolución del poder imperial norteamericano y determinar si este
está o no en decadencia y de ser así, como podrían evitarla.
En nuestro país estos estudios son
marginales, encontrándose iniciativas fragmentadas en algunas instituciones
vinculadas principalmente al campo de la física y biología. En la educación y
otras ciencias sociales, la complejidad muchas veces no se refiere a lo que
venimos comentando, sino a una corriente cada vez más predominante en nuestras
instituciones, donde se hace un ejercicio cantinflérico con un popurrí de términos
tomados de aquí y de allá junto a neologismos mezclados con una visión
postmodernista y New Age, que solo produce confusión y nada de conocimiento.
Dado que la situación no es única
en Venezuela, sino que resulta extendida en las investigaciones educativas y de
otras ciencias sociales en América Latina, tiendo a creer que estamos siendo
víctimas de una sutil operación en contra de la formación de investigadores de
alto nivel. En Venezuela la mayor parte de actuales doctorandos son de
educación y el peso que tiene el confusionismo académico promovido por la
UNESCO es determinante. Así muchos investigadores se forman no para hacer
serios trabajos en un campo tan vital como la educación, sino para hacer
ejercicios retóricos, donde no cuentan las teorías, hipótesis y referentes
empíricos, sino el manejo de un lenguaje críptico, que mientras más oscuro y
ampuloso sea, más mérito académico recibe.
El crecimiento del sector
universitario y científico impulsado por la revolución bolivariana,
impresionante desde el punto de vista cuantitativo, es sistemáticamente
escamoteado por una operación de desintelectualización, que afecta a la formación de los investigadores que más deberían
contribuir a nuestra independencia y soberanía. Paralelo al empeño en el
crecimiento cuantitativo de la educación y la ciencia en el país, es urgente revisar
la calidad de nuestros postgrados y la investigación en ciencias sociales,
especialmente aquella que se encubre bajo los términos de complejidad,
transcomplejidad, no linealidad, caos y similares, las cuales muchas veces
resultan ser solo imposturas muy costosas.
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