Omar Gómez
Con una desfachatez inaudita, el presidente Donald Trump ha incurrido en un
abierto injerencismo al sugerir que Honduras debería inclinarse por el
candidato que él mismo señaló, el señor Nasry Asfura. Los resultados
preliminares reflejan un empate técnico entre Asfura y Salvador Nasralla, ambos
representantes de la derecha, dejando en un distante tercer lugar a la
candidata progresista, Rixi Moncada. Paralelamente, se ha desplegado una
ofensiva mediática y en redes sociales desproporcionada, alineada con esta
orden imperial. Como era previsible, se ha recurrido al más rancio
anticomunismo para avivar un miedo irracional hacia cualquier propuesta de
izquierda, en una suerte de macartismo del siglo XXI.
Esta agresión tiene, entre otras, una consecuencia inmediata: desviar la
atención internacional hacia Honduras, opacando lo que ocurre en Venezuela,
como el reciente cierre del espacio aéreo por parte de Estados Unidos. Este
bloqueo aéreo no es más que una reedición moderna de las políticas de coerción
que las potencias aplicaron en 1902 contra Venezuela. En aquel entonces, el
imperio británico, el imperio alemán y el reino italiano —seguidos por Holanda,
Bélgica y España— bloquearon nuestras costas. Estados Unidos intervino
interesadamente como “mediador”, aprovechando la situación para impulsar el
Corolario Roosevelt, una extensión de la Doctrina Monroe que pretendía
legitimar sus intervenciones en el continente.
Frente a esta realidad, la Revolución Bolivariana ha adoptado el camino
correcto: la movilización y organización permanentes. A diferencia de otros
gobiernos progresistas que, al desvincularse de su base, permitieron el retorno
de la derecha —como ocurrió en Bolivia, Perú y ahora podría suceder en
Honduras—, en Venezuela aplicamos la fórmula de la unidad cívico-militar y
popular. Iniciamos diciembre convocando una impresionante marcha y
concentración en Miraflores, donde el pueblo venezolano llenó las avenidas en
defensa de la patria.
Lo ocurrido en Bolivia, Perú y Honduras debe poner en alerta a México y
Colombia. La experiencia de Chile es determinante: un presidente supuestamente
de izquierda llenó su discurso y acciones de coincidencias con el imperio y
distanciamientos de Venezuela. Incluso su candidata, del Partido Comunista, ha
seguido al pie de la letra la retórica antivenezolana, asemejándose a su rival
de derecha. México y Colombia deben ser garantes de la paz en el Caribe,
señalando con claridad quién es el enemigo, quién despliega portaaviones y
quién bombardea lanchas con sentencias de muerte previas.
Brasil, el gigante del Sur, también está llamado a ser garante de esa paz.
Aunque su actual gobierno muestre similitudes preocupantes con el anterior, es
imperativo que se pronuncie activamente para condenar el injerencismo y el
imperialismo estadounidense. La unidad y la vigilancia regional son más
necesarias que nunca.
A pesar de la diversa situación regional, Venezuela cuenta con un pueblo
valeroso, digno y heredero de las luchas independentistas, contra el que no
podrá ningún Imperio.