Omar Gómez
La concesión del Premio Nobel
de la Paz 2025 a la dirigente opositora venezolana María Corina Machado
es un hecho político de primer orden que trasciende las intenciones declaradas
por el Comité Noruego. Como expresión del actual contexto geopolítico global,
este galardón representa una herramienta más en el arsenal de la injerencia
occidental, destinada a debilitar y desestabilizar procesos soberanos, bajo la
narrativa ya gastada de la "lucha por la democracia". Basta
con observar la retórica empleada por el presidente del Comité Noruego del
Nobel, quien durante la ceremonia lanzó duras críticas contra el gobierno
venezolano, llegando a calificarlo como un "Estado brutal y autoritario",
para comprender que esta premiación no es neutral ni desinteresada.
La ceremonia de entrega,
celebrada en el Ayuntamiento de Oslo el pasado 10 de diciembre, fue en sí misma
un acto de profundo simbolismo político. Ante la imposibilidad física de
Machado de asistir, fue su hija, Ana Corina Sosa, quien recibió el
premio en su nombre. En el discurso de aceptación, leído por su hija, Machado
dedicó el galardón "a todo el pueblo de Venezuela" y a los
"héroes que luchan por la libertad", al tiempo que realizó una
reconstrucción histórica que omite y deslegitima las luchas populares y el
proceso revolucionario bolivariano, señalando que desde 1999 se habría "desmantelado"
la democracia en el país.
El evento estuvo marcado por
la presencia de cuatro mandatarios latinoamericanos que representan, en gran
medida, la nueva ola de gobiernos de ultraderecha alineados con los
intereses estadounidenses en la región: Javier Milei (Argentina), José
Raúl Mulino (Panamá), Daniel Noboa (Ecuador) y Santiago Peña
(Paraguay). Su presencia en Oslo no fue casual; fue la ratificación de un
bloque político que busca aislar y presionar al legítimo gobierno
constitucional de Nicolás Maduro, otorgando a la premiación un carácter de
ceremonia de coronación de una oposición que se presenta como única y legítima
representante de Venezuela en el exterior.
El discurso del Presidente
del Comité Noruego fue particularmente agresivo y, significativamente, traspasó
las fronteras de Venezuela para apuntar directamente a sus aliados
internacionales. Acusó a "Cuba, Rusia, Irán, China y Hezbolá"
de proporcionar al "régimen" de Maduro "armas,
sistemas de vigilancia y vías de supervivencia económica". Esta
declaración no es una mera denuncia; es la explicitación de la lógica de la Guerra
Fría del siglo XXI, donde Venezuela es un peón en el tablero de la
confrontación entre potencias.
Resulta irónico que un premio
que lleva el nombre de "Paz" haya sido recibido con protestas
masivas en las calles de Oslo. La polémica no se limitó a manifestaciones
espontáneas. El Consejo Noruego por la Paz, una coalición de 17
organizaciones que tradicionalmente organiza la procesión de antorchas en honor
al galardonado, tomó la decisión sin precedentes de cancelar su participación
este año. Argumentaron que los métodos de Machado "chocan con sus
principios de diálogo y no violencia". Esta decisión, que solo tiene
un precedente en 2012 cuando la Unión Europea recibió el premio, desnuda la
profunda división y el desprestigio que genera esta premiación incluso en el
seno de la sociedad noruega, supuestamente garante de la neutralidad y pureza
del galardón.
Además, voces críticas dentro
de Noruega señalaron la hipocresía de premiar a una figura que ha expresado
abiertamente su apoyo al expresidente estadounidense Donald Trump, cuya
administración impuso sanciones económicas letales contra Venezuela y amenazó
abiertamente con una intervención militar.
La entrega de este Nobel a
Machado inscribe su nombre en una larga y manchada lista de galardonados que
desdibujan el espíritu original de Alfred Nobel. Personajes como Henry
Kissinger (1973), arquitecto de la guerra sucia en América Latina y el genocidio
en Timor Oriental; Theodore Roosevelt (1906), quien expandió el
imperialismo estadounidense; o Barack Obama (2009), que recibió el
premio mientras libraba siete guerras, son prueba fehaciente de que el Nobel de
la Paz ha sido históricamente un instrumento de legitimación del poder
hegemónico. Otros que no recibieron el premio, pero fueron candidatos, son
figuras como Adolf Hitler (1939) y Francisco Franco (1964). Por
otro lado, seguidores del sionismo y colaboradores del genocidio palestino como
Menachem Begin (1978), Isaac Rabin y Shimon Peres (ambos
en 1994) sí recibieron estos galardones.
Desde la mirada bolivariana
y descolonial, este premio es un acto de violencia simbólica. Es la imposición
de un relato único, blanco y occidental, sobre la compleja realidad de un país
mestizo, pluricultural y en revolución. El discurso de Machado y del Comité
Noruego presenta una Venezuela anterior a 1999 como una democracia idílica,
ignorando deliberadamente la exclusión social, la pobreza y la dependencia neocolonial
que el proyecto bolivariano ha buscado revertir.
Al premiar a una figura que
representa a la oligarquía criolla tradicional y que es sumisa a los intereses
geopolíticos de Washington, el Comité Noruego está tomando partido en una lucha
de clases y en una batalla por la soberanía. No premia la paz; premia la
sumisión. Premia la aceptación de un orden mundial donde las potencias del
Norte Global dictan las reglas del juego y otorgan medallas a quienes se
pliegan a sus designios.
La "transición pacífica"
que el Comité alaba es, en realidad, un eufemismo para un cambio de régimen
orquestado desde el exterior, un modelo que ya hemos visto aplicarse con
resultados catastróficos en Libia, Siria e Irak. La verdadera paz, la paz con
justicia social y soberanía, la que construyen día a día las comunidades
organizadas, los campesinos, los trabajadores y el pueblo venezolano
resistiendo contra un bloqueo criminal, esa paz no tiene cabida en los salones
de Oslo.
Como dijo el canciller
iraní, Seyed Abbas Araghchi, esta premiación "incita a la guerra
contra su propio país". En un mundo donde los fabricantes de bombas
reciben premios de paz, la única postura honorable es la de quienes, como la
Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad, se pronuncian
contra esta farsa y siguen creyendo y luchando por una paz verdadera, con
justicia, dignidad y sin amo extranjero alguno. Como dijo Diosdado Cabello,
el premio fue otorgado al mejor postor, y su compradora fue la más selecta
representante de la oligarquía venezolana, reaccionaria al extremo y
comprometida con las causas más oscuras que tiene la humanidad. Este Nobel será
recordado no como un acto humanitario, sino como un episodio más en la agresión
imperial contra Venezuela, un premio que huele a petróleo, a hipocresía y a
intervencionismo.
Pese a estos ataques y a las
intenciones de desprestigiar a nuestro país y a nuestra Revolución, desde
Venezuela manifestamos que seguimos firmes, rodilla en tierra, en defensa de la
Patria.
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