Omar Gómez
El final del año 2025 se perfila en el horizonte como una embestida coordinada. No es una guerra convencional, sino una batalla por la conciencia de nuestros pueblos, donde la derecha latinoamericana, amorfa y digital, avanza con una estrategia clara: conquistar pantallas, likes y “me gusta” para renunciar a debatir ideas. Esta no es la derecha de antaño, con sus think tanks y sus libros blancos. Esta es una derecha light, de influencers con filtros y eslóganes vacíos, que rehúye el debate porque su proyecto no soporta el más mínimo análisis. Hacen trabajo de marketing, no social; venden una imagen, no un proyecto de país.
En Bolivia, hemos sido testigos de un golpe de timón que duele en el alma del continente. La llegada de Rodrigo Paz a la presidencia no es un simple cambio de gobierno; es el regreso de una oligarquía que siempre vio los recursos del pueblo como su botín personal. ¿Y cuál fue una de sus primeras acciones? Correr, no a solucionar los problemas del pueblo, sino a rendir pleitesía al Imperio. Es la escena que se repite una y otra vez en nuestra historia: los hijos pródigos de la oligarquía besando el anillo del amo del Norte. Esta derecha peligrosa no perdió el tiempo en mostrar su verdadero rostro, el mismo que el pueblo boliviano había mandado al basurero de la historia. Lástima que sus líderes de izquierda no pudieron anteponer los intereses del país por encima de los intereses de grupos y facciones.
En Chile, el panorama es desolador. Los fantasmas de Pinochet, lejos de estar enterrados, hoy campean a sus anchas con corbata y sonrisa de tiktoker. Kast, Kaiser y Mattei sumaron una mayoría abrumadora de votos, mostrando el músculo de una derecha dura, recalcitrante y orgullosamente heredera de la dictadura. Frente a esto, la candidatura de Jara se presenta como una opción fallida desde su origen. Llamarla “comunista” es un insulto a la inteligencia. ¿Cómo puede una candidata que dedica más tiempo a atacar a la hermana República Bolivariana de Venezuela, llamándola “dictadura”, pretender representar una alternativa popular? Esa es la trampa. Confiaron en que el Imperio les daría un espacio por mostrarse “razonables”, por criticar a sus hermanos. Pero como bien nos enseñó el Comandante Ernesto “Ché” Guevara, “al imperialismo ni tantito así”. Se traicionaron a sí mismos, y ahora la posibilidad de una victoria popular se aleja, diluida en su propio oportunismo.
Y para terminar, la situación en Honduras no es más alentadora. La candidata progresista Rixi Moncada, de LIBRE, lucha contra corriente, mientras, los representantes de las viejas castas, Nasralla y Asfura, lideran las encuestas. La pregunta que resuena es: ¿cómo es posible que la Presidenta Xiomara Castro, que llegó con un mandato claro de refundación, haya visto erosionado su apoyo? La respuesta, una vez más, parece esconderse en la misma enfermedad.
El patrón es claro y duele reconocerlo. Algunos gobiernos progresistas de nuestra América han caído en la trampa de querer quedar bien “con Dios y con el Diablo”. En un intento desesperado por ser aceptados por los amos de Washington, se han presentado ante el mundo como los “críticos sensatos” de Venezuela. Han diluido la solidaridad internacionalista, que es el alma de la revolución, en un cáliz de tibieza y calculador pragmatismo, es la Izquierda que Quiere Caerle Bien al Verdugo. Mientras el pueblo palestino sufre un genocidio ante los ojos del mundo, sus condenas han sido tímidas, casi un susurro. Frente a la operación especial rusa en Ucrania, una respuesta necesaria contra la expansión de la OTAN y el resurgimiento del nazismo, prefirieron el “llamado al diálogo” en lugar de un análisis antiimperialista claro.
Se han vendido a los medios como
“moderados”, despojándose del espíritu rebelde de Maceo, de Sandino y de Bolívar.
Han creído que podían negociar con el lobo. Pero la verdad, cruda y
revolucionaria, es que el Imperio no negocia, se enfrenta, y como dijo un
Presidente gringo, Los EEUU no tienen amigos sino intereses. Lo que ha hecho
Washington no es “dialogar” con ellos, sino penetrarlos, suavizar sus maneras,
edulcorar sus discursos. Les han hecho un lavado de cerebro con la aquiescencia
de la “corrección política”. Al final, lo que queda no es una revolución, sino
su caricatura: un reformismo light, pintado con los colores de la bandera, pero
vacío del fuego sagrado que transforma la historia. Y el Imperio no juega carrito, no es casual que todo el despliegue armamentístico que ha desarrollado en los últimos meses sea para agredir a Venezuela, y ahora a Colombia que ha adoptado una postura más consecuente que sus tibios homólogos. El peligro de una agresión es inminente y los EEUU no van a estar moviendo semejante poder bélico solo por gusto, tienen sus planes y latinoamérica debe estar alerta.
La lección para latinoamérica es clara: o la izquierda latinoamericana recupera su columna vertebral antiimperialista, su solidaridad inquebrantable y su vocación de pueblo en lucha, o será barrida por una derecha que, aunque sea cobarde y superficial, al menos no tiene complejos a la hora de defender sus intereses de clase.
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