martes, 2 de diciembre de 2025

Metidos en Honduras

 Omar Gómez


Con una desfachatez inaudita, el presidente Donald Trump ha incurrido en un abierto injerencismo al sugerir que Honduras debería inclinarse por el candidato que él mismo señaló, el señor Nasry Asfura. Los resultados preliminares reflejan un empate técnico entre Asfura y Salvador Nasralla, ambos representantes de la derecha, dejando en un distante tercer lugar a la candidata progresista, Rixi Moncada. Paralelamente, se ha desplegado una ofensiva mediática y en redes sociales desproporcionada, alineada con esta orden imperial. Como era previsible, se ha recurrido al más rancio anticomunismo para avivar un miedo irracional hacia cualquier propuesta de izquierda, en una suerte de macartismo del siglo XXI.

Esta agresión tiene, entre otras, una consecuencia inmediata: desviar la atención internacional hacia Honduras, opacando lo que ocurre en Venezuela, como el reciente cierre del espacio aéreo por parte de Estados Unidos. Este bloqueo aéreo no es más que una reedición moderna de las políticas de coerción que las potencias aplicaron en 1902 contra Venezuela. En aquel entonces, el imperio británico, el imperio alemán y el reino italiano —seguidos por Holanda, Bélgica y España— bloquearon nuestras costas. Estados Unidos intervino interesadamente como “mediador”, aprovechando la situación para impulsar el Corolario Roosevelt, una extensión de la Doctrina Monroe que pretendía legitimar sus intervenciones en el continente.

Frente a esta realidad, la Revolución Bolivariana ha adoptado el camino correcto: la movilización y organización permanentes. A diferencia de otros gobiernos progresistas que, al desvincularse de su base, permitieron el retorno de la derecha —como ocurrió en Bolivia, Perú y ahora podría suceder en Honduras—, en Venezuela aplicamos la fórmula de la unidad cívico-militar y popular. Iniciamos diciembre convocando una impresionante marcha y concentración en Miraflores, donde el pueblo venezolano llenó las avenidas en defensa de la patria.

 Resulta particularmente ilustrativo el caso del presidente peruano Pedro Castillo. Consciente de lo que estaba en juego, apeló a la movilización popular prácticamente en el último instante, cuando el golpe de Estado ya estaba en marcha. Intentó convencer a la derecha mostrándose imparcial, sin comprender que detrás se conspiraba activamente contra su gobierno. Dime con quién andas y te diré hasta donde llegas. La derecha nunca es buena compañera de camino.

Lo ocurrido en Bolivia, Perú y Honduras debe poner en alerta a México y Colombia. La experiencia de Chile es determinante: un presidente supuestamente de izquierda llenó su discurso y acciones de coincidencias con el imperio y distanciamientos de Venezuela. Incluso su candidata, del Partido Comunista, ha seguido al pie de la letra la retórica antivenezolana, asemejándose a su rival de derecha. México y Colombia deben ser garantes de la paz en el Caribe, señalando con claridad quién es el enemigo, quién despliega portaaviones y quién bombardea lanchas con sentencias de muerte previas.

Brasil, el gigante del Sur, también está llamado a ser garante de esa paz. Aunque su actual gobierno muestre similitudes preocupantes con el anterior, es imperativo que se pronuncie activamente para condenar el injerencismo y el imperialismo estadounidense. La unidad y la vigilancia regional son más necesarias que nunca.

A pesar de la diversa situación regional, Venezuela cuenta con un pueblo valeroso, digno y heredero de las luchas independentistas, contra el que no podrá ningún Imperio.