Bernardo Ancidey
Los revolucionarios solemos despreciar la actividad gerencial. Asociamos
inmediatamente dicha actividad con los patronos, lo cual es casi
siempre correcto. También pensamos que dicha actividad y todo lo que la
rodea, cursos, seminarios, bestsellers, congresos, escuelas de negocios y
similares, viene marcada por sus orígenes en los grandes centros
empresariales y su objetivo es cómo exprimir más y mejor a los
trabajadores y a la naturaleza, para aumentar las ganancias.
Esta actitud completamente justificada tiene, sin embargo, sus bemoles.
El primero es que olvidamos la máxima de que para modelar el futuro es
necesario utilizar la arcilla del presente. El socialismo se crea a
partir del capitalismo, en una operación a beneficio de inventario,
tomando aquellos aspectos y experiencias que serán necesarios para el
nuevo mundo posible. El pensar que el socialismo se construye a partir
de una idílica sociedad rural, solo puede conducirnos a convertirnos en
seguidores de Khmer Rouge camboyano o de Sendero Luminoso, con sus
nefastas consecuencias.
Ahora bien, al despreciar la gerencia, nos confrontamos con graves
problemas cuando nos toca organizar la producción y distribución de
bienes y servicios de una empresa pública, comunal, socialista o de una
cooperativa. Como somos revolucionarios pensamos que bastará con
nuestros ideales y voluntad para conducir estas empresas por el camino
de la creación de riqueza para todos. Craso error. Las dificultades
inherentes a la gestión se presentarán del mismo modo que se le presenta
a cualquier empresa capitalista, con el agravante de qué nuestros
objetivos son superiores, porque no se trata de lucrarnos sino de
responderle a los trabajadores y a toda la nación con productos y
servicios de calidad.
De modo que frente a un reto mucho mayor que el del capitalista, nos
encontramos en una posición peor que la de este, porque al menos él
cuenta con herramienta y conocimientos que le posibilitan salir
adelante, mientras que nosotros solo tenemos voluntad e ideales, pero
nada de conocimiento. Y de allí vienen las improvisaciones y “loqueras”
que solemos observar en nuestras organizaciones y que conducen a
justamente lo contrario de lo deseado: trabajadores y ciudadanos
descontentos con la escasa, nula o defectuosa producción de bienes y
servicios.
Es justo reconocer que hemos visto buenas gestiones de camaradas al
frente de empresas e instituciones, gracias justamente a realizar
prácticas adecuadas con la participación de los trabajadores y de los
usuarios y clientes, con lo cual nos han dado luces de lo que puede ser
una “gerencia socialista”, pero lamentablemente esta no ha sido la
constante.
Uno de los problemas más graves que tenemos y que frena el salto al
socialismo es justamente ese desprecio al conocimiento en el manejo de
las organizaciones. Eso nos vuelve arrogantes y nos hace pensar que
podemos salir adelante a punta de voluntad, cuando en realidad solo nos
cegamos en nuestro camino al precipicio.
Si queremos salir victoriosos, debemos reconocer nuestra ignorancia y
ser más humildes y mantener a las personas con mayor conocimiento en las
organizaciones, trabajando para todos, incluso cuando sean opuestos o
indolentes hacia el socialismo. Lo esencial es no dejar que ellas
conduzcan la organización, lo cual debe ser siempre tarea de los
revolucionarios. Pero, y he aquí el punto que deseo llamar la atención,
no podremos hacerlo sin el concurso de los técnicos, aún cuando sean de
oposición. Y esto lo tenemos que hacer hasta que contemos con nuestra
propia cohorte de técnicos y revolucionarios, es decir esos
tecno-políticos de los que tanto nos hablaba el economista chileno
Carlos Matus Romo, ministro de Allende.
Esa es la lección gerencial que aprendí viendo la película del gran
cineasta ruso Serguéi Eisenstein “El Acorazado Potemkin”, película muda
de 1925 en la cual se relata el episodio protagonizado por la
tripulación de ese barco durante la Primera Revolución Rusa de 1905,
quienes se adueñan del acorazado y lo utilizan para la revolución. Los
marinos desconocían el manejo técnico del barco y de las armas, las
cuales eran manejadas por los oficiales zaristas, por lo cual
permitieron que estos siguieran manejando la parte técnica del barco,
pero siempre bajo la mirada vigilante y estudiosa de los
revolucionarios. Si los marinos se hubiesen puesto a manejar por sí
solos el barco, lo más probable era que lo hiciesen naufragar.
En estos tiempos donde se juega el futuro de la revolución bolivariana,
ser humildes y aprender las lecciones de los marinos del Potemkin,
pudiera marcar la diferencia.
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