Bernardo Ancidey
Los venezolanos jamás volveremos a aceptar la arrogancia en el manejo
del Poder Público. La actuación del Comandante Chávez, que en distintos
momentos asumió la autocrítica de manera pública, humilde y responsable
frente a su pueblo, dejó establecido un nivel ético muy elevado para el
ejercicio de la gestión pública no solo en Venezuela, sino tal vez en
toda la América Latina y el Caribe. Su autocrítica sobre el problema de
la delincuencia, que no menguó como él esperaba con las mejoras de las
condiciones de vida, o el reconocimiento del error en circunscribir el
tema comunal a un único ministerio, fueron una muestra del ejercicio
cotidiano de rendición pública de cuentas, que el Comandante Chávez
ejerció a lo largo de sus mandatos y que lo llevó al final de su vida, a
intentar su último Golpe de Timón, como vía para acelerar la
construcción del Estado Comunal. Estas lecciones, a la vez de humildad y
grandeza política, las tiene que tener en cuenta de ahora en adelante,
todo aquel que en nuestro país pretenda asumir algún cargo público.
Es alentador, por tanto, escuchar que altos funcionarios venezolanos hayan reconocido públicamente los errores cometidos en temas difíciles, como las fallas en la organización de las elecciones primarias del PSUV, las cuales restaron la posibilidad de un triunfo aún más contundente; o en las declaratorias apresuradas de “zonas de paz” sin seguridad pública, en lugares como la Cota 905 de Caracas, con lo cual sin quererlo, facilitamos la actuación del paramilitarismo. Alejándose de la arrogancia y del autoritarismo, se abre el espacio para la evaluación y para realizar los cambios tácticos que se requieran. Ahora bien, realizar cambios implica por un lado, investigar de la manera más rigurosa posible, las posibles actuaciones que condujeron al resultado no deseado, abriéndose al debate democrático sincero entre revolucionarios, evitando la “paja” de argumentos flojos, la falta de evidencias o que se usen argumentos que lleven agua al molino de la derecha. Todo ello teniendo en cuenta las exigencias inmediatas de una sociedad que parece no tener más tiempos de esperas.
Algunos camaradas ven en estos gestos autocríticos, rasgos de debilidad, o lo que es peor, una especie de preparación del ambiente para echar por la borda las conquistas del proceso bolivariano, sobre-reaccionando con llamados a establecer nuevas organizaciones, “verdaderamente chavistas”. Con estas actuaciones lejos de fortalecernos, solo fragmentamos las fuerzas populares justo en momentos que la revolución venezolana atraviesa uno de los procesos más comprometidos, por el carácter crónico, agónico y difuso que ha asumido la guerra imperial en contra nuestra.
Lo que realmente necesitamos es relanzar el carácter ético que guía nuestras actuaciones en la cotidianidad de nuestra existencia y en especial en la actuación política. Un revolucionario tiene que estar siempre dispuesto a dar la cara frente a su pueblo y a sus camaradas, oyendo con paciencia y humildad las críticas que se le hacen, en especial cuando se cometen errores, no para destruir, sino para avanzar con nuevos y renovados bríos. Actuar de esa manera, lejos de debilitarnos nos fortalece, porque realzamos el carácter humano, contingente y exploratorio de nuestro propio camino al socialismo. Eso lo ha aprendido el pueblo venezolano, y es lo que explica, a su vez, que ningún “líder” de la oposición política haya podido trascender más allá de una campaña electoral, porque jamás pasan la prueba del ácido de la crítica popular protagónica. Son líderes de laboratorio, hechos de cera publicitaria, que duran mientas duren los dólares que los sostienen. Cerrado el flujo de dólares se derriten y pasan al olvido con mayor rapidez con la cual surgieron.
Las consideraciones éticas son particularmente pertinentes para enfrentar con éxito la “Guerra Económica” del imperialismo. Serán inútiles todas las medidas que se puedan implementar desde el punto de vista institucional para combatir fenómenos perversos como el “bachaqueo”, sino se acude al propio pueblo para reprobar socialmente a los agentes sociales involucrados en este crimen económico. De la misma manera, no hay manera de frenar el vaciado en minutos de los productos regulados en los mercados, a menos que se apele a la conciencia popular para evitar las compras nerviosas de cantidades muy superiores a las necesidades reales y muchas veces, hasta de bienes innecesarios. Estoy absolutamente convencido de que esto posible con la adecuada movilización política y social. En nuestro pueblo hay enorme reservas morales, dispuestas a defender lo conquistado, tan solo basta señalar la dirección de la lucha. A los escépticos les recuerdo el papel que el pueblo ha desplegado en los momentos en que la revolución tambaleaba, sobrepasando con creces las debilidades en la conducción del proceso. De hecho, la elevada participación en el pasado proceso electoral interno para elegir los candidatos a diputados del PSUV, fue una muestra de la calidad moral de nuestro pueblo, reforzada pese a los duros golpes recibidos en los últimos meses.
Es oportuno recordar estos aspectos, porque muchas veces obnubilados por el rigor de nuestros propios análisis sociales, económicos y políticos, olvidamos que no habrá socialismo sin una ética revolucionaria que lo soporte, tanto para guiar el proceso de desplazamiento de la burguesía del poder, como para cimentar la construcción de la nueva sociedad.
El respeto a la otredad, la práctica de la honestidad revolucionaria a través de la crítica y la autocrítica, la participación protagónica, la filosofía del cuido y la solidaridad, son el ariete moral para derrumbar el muro del egoísmo y el individualismo hedonista burgués y destruir la fortaleza del capitalismo.
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