Bernardo Ancidey
No es cierto que un pueblo más culto y más sabio sea más productivo y
libre. De hecho existen instituciones como el BID que suelen vendernos
la idea que la mejor inversión es la realizada en educación. También
damos por sentado el carácter imprescindible de la educación
universitaria y la investigación científica para el desarrollo
económico. Empero estas no son más que creencias con poco o ningún
soporte. La extensión de los servicios educativos y el crecimiento en la
investigación científica suelen ser resultados, efectos, mas no causas
del desarrollo económico. Son una forma de distribuir la riqueza, pero
no de generarla. Y en cuanto a la libertad, basta recordar que Alemania
el pueblo más culto de Europa, fue precisamente el que abrazó con más
fuerzas las cadenas del fascismo. Fenómeno que también se reproduce en
Venezuela, con una burguesía aparentemente instruida, pero enamorada del
totalitarismo.
La innovación se realiza principalmente por las organizaciones o ramas
empresariales desde la cadena productiva, mientras que el aporte de las
universidades o centros de investigación científica públicos es
marginal. Una lectura de los procesos de industrialización en el mundo
entero, desde la revolución industrial holandesa y británica a fines del
siglo XVIII, pasando por la alemana y de los EEUU de mediados del siglo
XIX, y las más recientes del sudeste asiático y china, lo confirman. Las innovaciones tecnológicas provienen de emprendimientos de innovadores que pueden tener o no formación universitaria.
Y en las empresas transnacionales, sus innovaciones, pese a disponer de
grandes centros de investigación (Monsanto tiene casi tantos doctores
como toda Venezuela), son más resultados del mejoramiento continuo, a
través del aporte diario de sus propios trabajadores e ingenieros a
nivel de fábrica. Estas evidencias contradicen la creencia tradicional
de los “grandes descubrimientos e innovaciones”, que suelen vendernos
los medios de comunicación y en general la historiografía “épica” de la
ciencia y tecnología. Razón tenía Karl Marx cuando decía en El
Manifiesto Comunista, que la burguesía no puede existir sin revolucionar
constantemente los instrumentos de producción y esto lo hace desde sus
empresas y no desde universidades o centros de investigación públicos.
El reconocimiento de estos hechos obligan a repensar las políticas
públicas, en las cuales prela un dirigismo que aspira de manera
explícita y a contracorriente de las lecciones de la historia, colocar
la investigación al servicio de la producción, cuando estos procesos
ocurren justamente al revés. Es la necesidad de mejorar procesos y
técnicas lo que lleva a la innovación y esta se gesta justamente por los
propios operarios en las plantas.
En cuanto a la promoción del Estado de la actividad científica y
tecnológica, la realidad histórica y actual, es que su efecto positivo
es prácticamente nulo en cuanto al desarrollo de las fuerzas
productivas. Es una ciencia de oropel, por lo general costosa y
desvinculada de la actividad productiva. Y no por que exista algo
erróneo en la actividad científica que se realiza, sino que la
proyección de la misma sobre el conjunto de la sociedad es mínima.
En Venezuela existe creatividad y hay investigación de calidad, el
problema es que no existen en el país procesos autosostenibles que
permitan traducir estos avances sobre el conjunto social. Ideas y
descubrimientos que se realizan en nuestros centros de investigación
públicos y universidades, tan solo engordan la bibliografía científica y
los estantes de las bibliotecas, en formas de miles de artículos,
ponencias, informes y tesis de grado, que casi nadie lee, excepto una
minoría de académicos o estudiantes que alguna vez las hojean. Pero no
debemos creer que esto ocurre solo en nuestro país, es un fenómeno común
en otras latitudes que también se refleja en las miles de patentes que
languidecen en todo el mundo, mientras que las realmente valiosas son
escasas y casi siempre pertenecen a las transnacionales.
El problema es que nuestra visión de la actividad científica y
tecnológica, está montada sobre el modelo lineal de Francis Bacon del
siglo XVI, para el cual la actividad científica debía ser promovida por
el Estado, y luego traducida en investigación aplicada o innovación
tecnológica y finalmente utilizada por el sector productivo. Pero el
mecanismo real es que las empresas innovan constantemente en la propia
línea de producción por el aporte de obreros e ingenieros.
En las empresas pequeñas y medianas la innovación es realizada por los
emprendedores para mantenerse a flote y en las grandes, se despliegan
laboratorios y talleres donde se realizan las llamadas actividades de
investigación y desarrollo. Las empresas aún más grandes, financian
centros de investigación de alto nivel e incluso instituciones
académicas, de manera directa o indirecta a través de “fundaciones”.
Los avances que se obtienen de dichas investigaciones se traducen en
nuevos productos y servicios porque las empresas tienen la capacidad y
la infraestructura para traducir ideas e innovaciones y realizar los
estudios y actividades de desarrollo, producción y mercadeo, que
permiten finalmente incorporarlos en el tejido social. Aún así, esto no
implica un éxito garantizado, es una actividad riesgosa, porque de los
miles o tal vez millones de productos novedosos, muy pocos llegan a ser
rentables. Por otra parte esta “investigación aplicada” conduce a su vez
a la llamada “investigación básica”, siendo muy borrosa o inexistente
la separación entre una y otra.
Continuaremos abordando este tema muy ligado a lo económico en un
próximo artículo, siempre en el marco de la construcción del socialismo.
Nuestra intención es aportar ideas para salir del corset intelectual e
impedir que nos sigan llevando como borregos a beber al agua envenenada
de los lugares comunes y del pensamiento lineal dominante en la gestión
de gobierno.
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