Bernardo Ancidey
La estructura rentista del capitalismo venezolano no solo no ha podido
ser superada por el chavismo, sino que más grave aún, las políticas
públicas han sido modeladas por el pensamiento dominante que emerge de
su base económica. Tanto la derecha como la izquierda venezolana siguen
amarradas a la concepción del Estado creada desde el gomecismo, como un
ente cuya función principal es el reparto de la renta petrolera.
Izquierda y derecha venezolana coinciden en este rol, y se diferencian
solo en decidir a quién se le entrega la renta. Así para la AD
revolucionaria de los años 40 se trata de repartirla hacia la pequeña
burguesía, los trabajadores y el campesinado. El Chavismo del siglo XXI
hace lo mismo, mientras que los otros gobiernos cuartorrepublicanos se
han inclinado con fruición, a favorecer al gran capital financiero y
comercial, es decir a la burguesía parasitaria y lacaya.
El mecanismo actual de reparto de la renta, no se queda solo en
satisfacer las urgentes necesidades de los venezolanos, sino que va más
allá institucionalizando relaciones de dependencia económica entre el
Estado y el pueblo y sus organizaciones (consejos comunales, sindicatos,
organizaciones estudiantiles, empresas de producción social, entre
otros), reduciendo su autonomía y construyendo relaciones parasitarias
similares a las que mantiene con la burguesía. Es un caso en que el
huésped crea al parásito.
La propia administración pública, incluyendo a las empresas públicas,
existen en primer lugar como mecanismo de reparto de renta, a través de
servicios, contratos y empleo, y sólo en segundo lugar para cumplir sus
cometidos formales. Esto explica las debilidades inherentes de nuestro
aparato público y lo infructuoso que resultan los muchos intentos de
mejora a lo largo de los años: simplemente a nadie le interesa
mejorarlos porque su razón de ser es como mecanismo de reparto, no de
producción o distribución de bienes y servicios o de cumplimiento de
funciones públicas.
Las relaciones de dependencia son un cuchillo para nuestras gargantas
dado que las estructuras que deben ser el corazón del chavismo, están
debilitadas desde sus cimientos por convertirse en extensiones de la
administración pública para el reparto de recursos. De modo que al
establecerse estas relaciones parasitarias entre organización popular y
Estado, la primera no desarrolla las fortalezas propias que le permitan
un ejercicio independiente del poder popular. Su accionar queda
mediatizado y se van reduciendo a gestoras de recursos públicos. Esta
situación ocurre a su vez en otras organizaciones, como el caso de los
estudiantes, campesinos, obreros, empresas sociales, medios comunitarios
(con honrosísimas excepciones) que son organizados para que hagan
proyectos alimentados también por los recursos del Estado. Hacia donde
miremos nos encontramos siempre la misma práctica, que va impidiendo un
desarrollo autónomo del poder popular.
Detengámonos un momento a reflexionar sobre esto. La experiencia de las
organizaciones populares fuertes en el mundo, muestra que los pilares de
su fortaleza descansan en la capacidad para generar sus propios
recursos. Jamás acuden a pedirle nada a nadie, a diferencia de otros
movimientos que terminaron derechizados por cometer el error de aliarse
con empresas, mafias (recuerden aquella película gringa Fist) o
partidos. De la ética emerge una práctica social que termina a su vez
reforzando la ética.
La explicación está en que las muchas luchas libradas templan a estas
organizaciones y son capaces de convertir parte del trabajo voluntario
en recursos permanentes. Si hubiesen elegido el camino fácil de que
otros le hiciesen el trabajo o cuadrándose con un grupo de poder, su
autonomía y con ellos su programa, habría desaparecido en un nudo de
compromisos.
Lo mismo ocurre con las organizaciones en general, si estas son
alimentadas desde afuera jamás madurarán, serán como un bebé gigante
eternamente dependiente de quien provee los recursos. Lo único que
desarrollará serán las propiedades del parásito, es decir tratar de
controlar al huésped para que continúe haciendo cosas que lo
beneficiarán. Eso es lo que hace la derecha venezolana tan virulenta en
sus ataques como un bebé que hace berrinches sangrientos, porque no le
dan todo lo que quiere, y lamentablemente es lo que comenzamos a hacer
desde los sectores populares, y que se expresa en la frasecita "…es que
el Gobierno a mí no me ha dado nada", dicho por la humilde señora en la
cola del Bicentenario.
En conclusión la fortaleza, entendida como capacidad de las personas y
las organizaciones para sobrevivir y prosperar surge asumiendo riesgos.
El emprendimiento no es monopolio de la burguesía, sino una expresión
intrínsecamente humana por aventurarse más allá de los límites conocidos
para salir adelante, algo que hemos estado haciendo desde que nos
organizamos e inventamos estrategias para cazar mastodontes.
Inyectarles recursos a todos los consejos comunales del país para que
hagan sus proyectos, es una forma perversa de acabar con la organización
popular y también lo es cuando mantenemos a las empresas públicas o de
producción social a punta del presupuesto público. Jamás lograremos que
puedan existir de manera autónoma, de modo que más pronto que tarde se
convertirán en una pesada carga.
Esto nos coloca en la idea que parece que los socialistas venezolanos no
queremos asumir nunca: las organizaciones, sean sociales o económicas
corren el riesgo de fracasar. Así una empresa gestionada por
trabajadores deben enfrentarse al hecho que son ellos y nadie más los
responsables por el éxito. Por su parte, actuar de esta manera convoca a
los mejores, espantando a los corruptos sindicaleros y los que esperan
vivir de la ayuda oficial sin trabajar ni arriesgar (1). No deben
existir ayudas económicas milagrosas desde el Estado, aunque sí de otro
tipo. Y de seguro serán muchas las que fracasen porque la propia palabra
"empresa" atañe un riesgo ineludible. Ahora bien volviendo a la idea de
que una red o tejido es fuerte cuando los nodos son débiles, la lectura
es que debemos aceptar estos fracasos de empresas y organizaciones
populares como parte del proceso de mantener el conjunto sano y fuerte.
Si nos ponemos a financiar empresas quebradas u organizaciones populares
fallidas, lo haremos a costa de reducir recursos que deben ir al
conjunto del sistema, por ejemplo en infraestructura, educación, salud o
defensa.
Esto implica que no hay una vía escrita hacia el socialismo, sino mucho
de ensayo y error que deberá ser resuelto sobre la marcha. Aunque hay
ideas sobre cómo organizar a las nuevas empresas, será la práctica la
que vaya seleccionando los caminos más adecuados.
Por otro lado surge la pregunta, que hacemos con los trabajadores de la
empresa o el consejo comunal fallido. En el primer caso la lógica es
recolocarlos en otras empresas o intentar construir una nueva, o una
combinación de estas estrategias. Para eso debemos construir mecanismos
que permitan hacerlo rápidamente. En el segundo caso la propia comunidad
debe reconstruir su consejo comunal, dado el carácter territorial del
mismo. Tal vez el asesoramiento por parte de otros consejos comunales
exitosos pueda ser de ayuda. En todo caso hay que apelar a los propios
recursos de la red antes que al avatar estatal. Se trata de ir
construyendo capacidades sobre la base de la confianza y la solidaridad
colectiva, de modo que conocimientos y recursos se generen, circulen y
realimenten la totalidad del tejido en base a relaciones sanas, sin
tener que reforzar los ineficaces controles desde arriba.
El resultado del lado económico, será la emergencia de cadenas
transparentes de producción, distribución y consumo, organizadas de
manera consciente por los propios trabajadores desde la base y en
estructuras federativas desde lo local hasta lo internacional, sin
intermediarios privados o gubernamentales, evitando así la pérdida o
secuestro de capital en manos de especuladores o en sobornos a
funcionarios públicos, policías o militares. Esto nos lleva en una
dirección completamente opuesta a los típicos controles del Modo de
Producción Asiático 2.0 y al desarrollo de la inteligencia de enjambres
para resolver los problemas. En otras palabras tomamos la idea del
mercado regulador de Adam Smith y la ponemos a trabajar en contra del
capitalismo y de su precursor, el Modo de Producción Asiático 2.0.
En este punto tal vez estén pensando en ¿qué rol le queda al Estado en
todo esto? Mucho. Y allí retomo la idea sobre los encadenamientos. Dada
la debilidad actual de las organizaciones populares, el Estado puede
invertir sus capacidades institucionales para crear condiciones que
favorezcan el acercamiento entre productores y consumidores. El mapeo
técnico al detalle de las cadenas es una tarea ineludible, identificando
los cuellos de botellas, las bifurcaciones, los desvíos, retornos,
esperas, costos de oportunidad y transacción y agentes participantes. Lo
segundo es utilizar las tecnologías blandas y duras, así como su
capacidad normativa para facilitarles a productores y consumidores el
seguimiento y acceso a TODA la información de modo que puedan limpiar la
cadena de parásitos. No se trata que el Estado supervise, sino que les
facilite condiciones a los agentes para que estos ejerzan realmente la
contraloría social sobre la economía.
Un ejemplo ilustrativo fue el conocimiento de la cadena de la gasolina
que el Comandante Chávez ilustró durante el sabotaje petrolero y la
respuesta espontánea de la gente al presentarse en los sitios medulares
de la cadena. En esos días todos nos convertimos en expertos petroleros.
Si me concentro en el tema de la distribución es porque es el más
sencillo de controlar socialmente para confrontar la guerra económica,
por ser un país importador y porque las experiencias que se adquieran
aquí servirán para pasar luego al tema del control social de la
producción.
Por ejemplo, una que sería relativamente fácil de controlar, es la leche
en polvo, dado que la importación es totalmente monopolizada por el
Estado desde hace años desde Nueva Zelanda y sin embargo no sabemos
realmente que pasa luego de llegar a puerto venezolano. Una simple
contabilidad cruzada entre las facturas de compra, los registros de
exportación de Nueva Zelanda y los de importación de los puertos
venezolanos aseguraría que llegó lo que se importó, luego habría que
continuar analizando que pasa después que sale de los muelles y hacia el
futuro, producir nuestra leche y cesar la importación.
Por otra parte, hay otros aspectos importantes relacionados con el tema
económico donde el Estado debe intervenir, como el sacarnos de la zona
Euro-Dólar, contribuir a la creación de un nuevo sistema financiero
internacional y a la integración con los demás países latinoamericanos y
del Caribe y el resto del SUR del planeta; crear normas que faciliten
la autoorganización popular; desmontar los mecanismos que favorecen la
fuga de capitales; desarrollar nuevos esquemas tributarios; crear y
mantener la infraestructura nacional; transformar el sistema educativo
vinculándolo a las nuevas necesidades de desarrollo, entre muchas otras
más.
Sé que estas ideas van a contracorriente del mainstream de lo que el
chavismo ha venido pensando o haciendo, pero el momento que vivimos es
tiempo de oportunidades para intentar nueva vías, que como toda cosa
humana no tienen un éxito garantizado, pero al menos tienen la virtud de
apuntar en la dirección correcta, de construir una nueva economía
socialista sobre la base de cómo somos realmente y no sobre cómo creemos
que somos.
(1)
Hace unos meses participé en las reuniones del plan para venderle taxis a
precios accesibles a taxistas y asociaciones. Al final hubo una
presentación de la Asociación Civil Taxi Patria de
Aragua que se constituyeron en una empresa de producción social y con
todo un plan muy bien pensado para mejorar el servicio. Contaban como
cuando plantearon que los carros no serían propiedad privada, la gran
mayoría desertó, pero se quedaron unos 112. Esos son los
imprescindibles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario