Bernardo Ancidey
En esta lucha personal contra el pensamiento lineal en lo social,
quisiera abordar la idea de orientar la producción de acuerdo a las
necesidades. La idea en principio luce muy poderosa por la lógica que
hay detrás de ella y va más o menos así: “Si
en Venezuela necesitamos lavadoras, habría que ponerse a fabricarlas,
igual que los otros electrodomésticos que nos alivian la carga en el
hogar, y en otras áreas podríamos hacer lo mismo, con lo cual creamos
industrias propias y ya no necesitamos importar y quién sabe, tal vez
vayamos a la exportación. La idea sería la misma de Uslar Pietri de
sembrar el petróleo, utilizando los ingresos provenientes del mismo para
fomentar este desarrollo industrial. Allí está el ejemplo de los
iraníes, que invirtieron sus ingresos petroleros en desarrollar su
industria automotriz en 15 años”. Muy bien.
Pero ¿tenían necesidad de ella? Si lo pensamos un poco más, el camión y
el autobús son una necesidad, para el transporte de carga y de personas,
pero ¿acaso lo es el automóvil personal? En mi opinión no tenemos
necesidad de tal bien, y posiblemente los iraníes tampoco, a quien por
lo demás, le hubiese ayudado más, ver cómo deslastrarse de la horrible
contaminación de sus ciudades ya que hacer automóviles es incrementar el
problema.
El ejemplo de la industria automotriz se convierte justamente en un buen
contraejemplo: el desarrollo industrial NO NECESARIAMENTE RESPONDE A
LAS NECESIDADES DE LAS PERSONAS DE UN PAIS, puede ser resultado de la
necesidad de otros e incluso de una necesidad inventada a propósito,
como el caso iraní en comento. Por su parte la atención a las
necesidades del país posiblemente si genere cierto progreso material,
pero otra vez, si pensamos en darle la arepa diaria y la ropa limpia a
todos los venezolanos, lo más que lograremos es eso, darle la arepa y
ropa limpia a los venezolanos. Nuestra lista de necesidades nos llevaría
a unas pocas empresas sin alicientes para la innovación, y nos
conformaríamos con la tecnología necesaria y suficiente para atender
dichas necesidades. Volvemos así una vez más a la tesis del equilibrio.
Creadas estas industrias “sastisfacedoras” (no sé si esta palabra
existe) de necesidades existentes, se paraliza la historia económica
venezolana.
Una revisión de los procesos de industrialización y de no
industrialización (se aprende más de los fracasos que de los éxitos), a
lo largo de la historia y peculiaridades de cada país, puede arrojarnos
algunas claves que deberíamos tener presentes. Por ejemplo los casos
español y argentino son bien aleccionadores de países que se quedaron en
la arrancada del desarrollo industrial y entre los éxitos, el reciente
de Corea del Sur es ilustrativo. Corea del Sur se propuso ser vanguardia
en materia de conexión de internet y para eso promovió la generación de
toda una industria de hardware y software que dejó muy por detrás al
Japón y a los EEUU y eso respondió fundamentalmente a un decisión
política basada en análisis prospectivo.
Holanda es una potencia agroindustrial sin tierras, gracias al fanatismo
por una flor tropical que no se da en ese clima horrible y con suelos
salados robados al mar. Japón acumuló capital vendiéndonos máquinas de
escribir en un alfabeto que no era el suyo. Y hasta hace unos años
Venezuela era el segundo país en el mundo detrás de EEUU, en el producto
más difícil de vender: nuestra propia cultura (las telenovelas).
Fíjense que ahorita casi no las hacemos, y salvo una que otra viejita
nostálgica, nadie se muere por su ausencia, es decir no nos hacían falta
antes, ni ahora.
Podría continuar, pero creo que es suficiente para ilustrar el punto de
lo equivocado que podemos estar sin pensamos en industrialización por la
vía de satisfacción de las necesidades. Si se observa con cuidado, esto
no es más que la vieja política de sustitución de importaciones con
otro nombre. Es decir me pongo a fabricar lo que el país me está
pidiendo y así ya no tengo que traerlo de fuera, ahorrando dinero,
generando empleo interno y brindando un producto o servicio a mi gente.
El problema es que no vivimos en una isla. Así mientras nosotros
montamos la fábrica de vehículos o de lavadoras, algún chinito está
haciendo eso mil veces más rápido que nosotros, más barato, mucho más
bonito y en mayor cantidad. Entonces los venezolanos que nos encantan
las cosas buenas, bonitas y baratas, querremos esas cosas chinas y no
las nuestras. Además, seguro que tendremos que hacer colas en el
Bicentenario para comprarlas o acudir a un amigo en el Gobierno. A lo
que hace el chinito, el Gobierno le llamará competencia injusta y
procederá a quejarse en los organismos internacionales y tal vez algún
genio se le ocurrirá alguna medida para proteger la producción nacional.
Con eso el producto se encarecerá o desaparecerá, o habrá algún vivo
que logré la licencia o permiso con el amigo que tiene en el Gobierno o
simplemente la contrabandee, y nos la venderá a precios especulativos.
Mientras tanto los chinos seguirán haciendo esas cosas cada vez más
bonitas y con mas periquitos y nosotros nos iremos rezagando con
nuestros armatostes, caros, malos, contaminantes y escasos. Eso sí,
serán productos hechos en Venezuela.
Luego tal vez, algún neoliberal coja el coroto y decida liberar las
importaciones y eliminar las barreras al comercio internacional y bla,
bla, bla... El punto es que al abrir las importaciones le corta la
yugular a nuestras fábricas, incapaces de competir con las chinas. Y
nuestro amado proyecto de fabricar para atender nuestras necesidades se
fue por el caño.
Este ciclo ya lo hemos vivido y de seguir pensando y actuando igual que
en el pasado, los volveremos a ver para nuestra desgracia como país y
continente, con el agravante que el valor de nuestras materias primas
exportables (es decir con lo que compramos las chinadas y mantenemos
nuestras fábricas obsoletas) seguirán condenadas a perder valor frente a
los bienes manufacturados y los intangibles generadores de divisas.
Hasta aquí el diagnóstico y ya es hora de pensar en la solución.
¿Solución?
Lo malo es que no existe. No hay medida o medidas para
industrializarnos. Por eso los políticos, enamoradas de la palabra, les
cuestan tanto aceptarlo. Ellos tienen un pensamiento poco amigo de lo
real y más amigo de lo emocional, creen que las medidas son como los
gestos del mago que pueden cambiar las cosas. No hay paquete que valga.
La realidad de por sí es muy compleja y a cada acción que hagamos, no
solo habrá una reacción, sino la emergencia insospechada de resultados
paradójicos tanto a corto como a largo plazo.
Por ello lo que planteo no son acciones o medidas, sino una práctica, unas líneas orientadoras, un pensamiento sistémico, una heurística, que quizás puedan sacarnos de ese mala-palabra que vengo oyendo desde hace más de 45 años: el subdesarrollo.
Lo primero para el desarrollo1
de la misma es intentar darle respuesta a la pregunta ¿cómo se
originan los procesos de industrialización? La o las respuestas nos
brindarían pistas sobre los caminos con mayor probabilidad de éxito.
Cuando utilizo el término probabilidad, es porque de entrada admito una
incertidumbre, una variabilidad que se nos escapa, pero aún así, el uso
reiterado de la heurística será útil para optimizar nuestras búsquedas.
Por otro lado, puede que diversas heurísticas conduzcan también a
procesos de optimización de las búsquedas, entonces deberemos reducir el
zoom y pensar en metaheurísticas, que nos permitan evaluar cual grupo
de heurísticas resulten más adecuadas.
La siguiente pregunta es ¿cómo construir las heurísticas? La respuesta
podemos encontrarla en las que ya existen y en las que han ensayados
otros países, tanto las exitosas como las que no lo fueron. Entre estas
últimas ya sabemos que la sustitución de importaciones es una de ellas.
Entre las exitosas tenemos las primigenias de Inglaterra, EEUU y
Holanda, mas tarde Alemania, Suiza, los países escandinavos, Francia, y
ya en pleno siglo XX la de la URSS y Japón, y más cerca, los tigres
asiáticos (Corea del Sur, Taiwan, Singapur y Hong Kong), China y todavía
más reciente, los tigres asiáticos menores (Thailandia, Malasia e
Indonesia), Irlanda y la India.
Es gracioso leer a los malos economistas intentando explicar el
desarrollo económico de un país, porque casi siempre confunden causas
con consecuencias. En eso se parecen a los malos médicos. Además suelen
estar profundamente sesgados por la visión neoliberal que manejan la
mayoría de ellos, cual catecismo aprendido en sus universidades. Así para ellos los bajos salarios, el libre mercado y las inversiones extranjeras son la causa del desarrollo.
Si fuera verdad México sería el amo del mundo. A veces aderezan estas
causas con la mejor educación de la mano de obra y para eso empuñan las
estadísticas, como el médico lo hace con los análisis de laboratorio
para mostrarme que debo reducir el colesterol. Confunden causas con
consecuencias. Pero no es su culpa, no es fácil hacerlo en sistemas
complejos, pero una actitud más sensata es reconocer que no tienen la
más remota idea de lo que está pasando.
Así que toca ser menos ritualista y usar más empiria y lógica. Si los
asiáticos hubiesen aplicado las medidas neoliberales de abaratamiento de
la mano de obra, libertad de mercado y atracción de las inversiones
extranjeras, de seguro estarían ahorita en una situación muchísimo peor
que la que vivimos los países de América Latina a fines del siglo
pasado, porque esos países, los tigres mayores, no tienen recursos
naturales como si los tenemos en nuestros países.
Tampoco la educación es causa, es consecuencia. Primero se crean los
negocios que originan riqueza y luego con la riqueza creada se puede
tener más educación. Jamás al revés. El hijo del burgués es el educado,
no el padre o abuelo. Hagan un paseíto mental por las familias
portuguesas, españolas, italianas o sirias en Venezuela y se encontrarán
siempre lo mismo. Un abuelo campesino, que llegó con una mano adelante y
otra atrás, montó un negocio, hizo plata y ahora tiene a los hijos o
nietos forrados en billete, bien educados y echándole mierda al
chavismo. El abuelo o papá de vaina sabe leer, y apenas se le entiende
lo que dice en su media lengua, ya que por tener origen pobre, apenas
aprendió un dialecto del monte de donde vino, así que no habla ni el
idioma de su tierra y tampoco el de acá.
Lo mismo pasa siempre. Si se repasa la historia de los tipos que se han
hecho rico con innovaciones, raras veces son educados. Pero su
descendencia sí lo es y muchas veces esta educación actúa como una carga
que frena la innovación, los hijos y nietos suelen ser profesionales
pero no emprendedores. De hecho, a veces parece que la educación es una
rémora. En Venezuela, mucha gente educada suele ser la más bruta y fácil
de manipular (también en la Alemania nazi y ahora parece que en toda
Europa).
De seguro pensarán que todo esto luce anecdótico y poco científico. Pero
créanme que tengo base para realizar estas afirmaciones y no inundarlos
con citas. En todo caso este es un artículo para el debate político con
base científica, y no para una revista académica. Solo les pido un poco
de paciencia y rogarles que me acompañen en estos planteamientos en un
próximo artículo.
(1) Espero disculpen mi ausencia de rigor al usar esta cuestionada palabra (desarrollo), a sabiendas de su carácter encubridor simplemente como acepción de industrialización.
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