Bernardo Ancidey
Las elecciones de San Diego y San
Cristóbal no sorprenden por el triunfo opositor sino por su
contundencia. Era razonable esperar que el comportamiento criminal de
los guarimberos contra la población se manifestara en un repudio de su
propia base social, lo cual debió traducirse en un crecimiento de la
abstención en los votantes opositores y hasta en un incremento de la
votación chavista, pero ocurrió todo lo contrario.
Sin desmerecer los análisis relativos a las fallas en la estrategia
electoral, es evidente que el deseo opositor de acabar con el chavismo
es superior a cualquier malestar que hayan podido sufrir desde febrero.
Una gran parte de la oposición está convencida de que vive en la peor
dictadura que ha existido en la historia de la humanidad, por lo cual
todo vale para acabar con el gobierno de Maduro, desde elecciones hasta
terrorismo, pasando por traición a la patria y llamados a una
intervención militar extranjera.
Siendo Venezuela un país democrático, respetuoso de los derechos humanos
y de la libertad de expresión hasta el punto de arriesgar su soberanía,
ser considerado por una significativa parte de su población como una
dictadura, es un asunto que trasciende hacia lo sicológico. Tal creencia
solo puede ser considerada como una disociación mental, resultado como
han señalado diversos autores, de una operación psicológica en gran
escala y permanente, señalando a JJ Rendón como el agente de la misma.
Para los que opinan que estos son
inventos, les recomiendo la lectura de un artículo publicado por Alston
Chase en junio de 2000 en The Atlantic Monthly, donde relata los
brutales experimentos sicológicos realizados en la Universidad de
Harvard, (la misma que le dio el premio a Leopoldo López por “su apoyo a
la democracia y transparencia en Venezuela”) por parte del psicólogo
Henry Murray. En esos antiéticos experimentos participó Theodore
Kaczynski, quién años después se conocería como el terrorista Unabomber,
el cual asesinaba mediante bombas enviadas por correo.
Lo más revelador del caso de Kaczynski
es que detrás de los experimentos a que fue sometido en Harvard, estaba
la CIA y su interés en las operaciones de lavado de cerebro. En sí esto
no es una novedad, dadas las conocidas experiencias del doctor Donald
Ewean Cameron en el proyecto MKULTRA para el control mental y la
tortura.
Pero las sorpresas no se reducen al
Unabomber. La creciente aparición de jóvenes irrumpiendo en escuelas,
universidades o cines, asesinando decenas de personas para luego
suicidarse o al menos intentarlo, se contradice con la tendencia a una
disminución generalizada del crimen en EEUU. Una explicación a este
fenómeno la aporta el psiquiatra John Liebert, quien señala el carácter
epidémico de estos brotes de violencias, donde ideaciones patogénicas
son transmitidas de persona a persona, gracias a los medios y a los
videos juegos violentos como Call of Duty. Liebert señala como la
actuación del Unabomber fue copiada por Anders Breivik, el terrorista de
derecha noruego que asesinó 77 jóvenes del partido socialdemócrata
noruego en 2011. A su vez, éste sería imitado por Adam Lanza,
perpetrador de la masacre de la escuela Sandy Hook, donde perdieron la
vida 28 personas, incluyendo al propio Lanza. Lamentablemente la cadena
de imitaciones no se ha detenido.
La conclusión es inquietante. Las
operaciones psicológicas inspiradas y financiadas por la CIA sobre
determinado grupo de personas, han devenido en graves trastornos
mentales que se transmiten socialmente, arrastrando a los afectados a un
estado de franca disociación, en la cual son incapaces de percibir
adecuadamente la realidad y los preparan para justificar cualquier
crimen, por más horrendo que pueda parecer.
Si se observan a los guarimberos se
puede observar su éxtasis frente a sus crímenes, su corporeidad revela
omnipotencia, como si se creyeran héroes hollywoodenses o avatares de un
video juego violento. Tanto ellos, como los que los apoyan pasivamente,
han sido como el Unabomber, sujetos a una operación psicológica de
disociación con efectos contagiosos, multiplicados por los medios y las
redes sociales.
La lucha política actual en Venezuela, es una guerra de cuarta generación donde los aspectos de manipulación sobre las emociones como el miedo y el asco, son tan o más importantes que las armas. Confrontarlas implica comprender en profundidad como operan para poder desarrollar contramedidas que vayan más allá de una campaña o un slogan. Se trata de establecer programas de verdadera higiene mental para la totalidad de la población y darle vuelta al mundo al revés denunciado por Eduardo Galeano. De no hacerlo se repetirá el escenario de irracionalidad de San Diego y San Cristóbal.
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