Néstor Aponte
La autocrítica y la
inconformidad son pilares fundamentales en la construcción del socialismo.
Rehuir la crítica y más aún rehuir la autocrítica, sustituyéndola por la
conformidad y la complicidad, castran toda capacidad de transformar la
realidad. Es así que debemos prepararnos para recibirlas; así como, para saber
hacerlas. Porque estamos obligados a
convertir la crítica y la autocrítica en acciones concretas que nos permitan
seguir avanzando en la construcción del socialismo.
En la relación que
existe entre la práctica y la autocrítica yace uno de los elementos
fundamentales de la dialéctica transformadora del desarrollo social. Yace el
rol de la vanguardia en la dirección del proceso revolucionario. De aquí la
importancia de que la crítica y la autocrítica sean concretas; que estén
referidas a hechos específicos y
puntuales de la realidad. Esta delimitación permite una buena aproximación al
conocimiento de los hechos independientemente de nuestros gustos o distorsiones
de la realidad. En concreto debe servir de base a las acciones estratégicas y
tácticas que conlleven a un cambio en el corto, mediano o largo plazo del
proceso social. De allí, que el análisis concreto no rehuya el carácter
universal que se expresa en esos hechos. Por el contrario, le da altura y
profundidad al debate; logrando con el debido nivel de abstracción apuntalar acciones correctas y corregir
desviaciones indeseables.
En este contexto
teórico, el avance del socialismo dentro del proceso Bolivariano ha sido
modesto. Encontrado en él fuerte resistencia. En particular, del propio Estado, que no ha sabido y/o no ha querido
dar viabilidad al desarrollo de relaciones de producción socialistas, ni al
emprendimiento de nuevas unidades productivas, mas allá de las propuestas
administrativas iniciadas por el propio Estado.
La construcción de
una ideología que resulte en una cultura socialista no ha pasado de un
nacionalismo y de un pensamiento reivindicativo y oportunista; con una clase
obrera postrada y expectante; junto a una burguesiía apátrica e improductiva.
Hecho este que resulta de prácticas típicas de un capitalismo de Estado.
Finalmente, la transformación del Estado capitalista en uno socialista ha sido
más un sueño que una realidad. El Estado Bolivariano no ha ido más allá de un
importante cambio en la distribución del ingresos petrolero entre las distintas
clase sociales del país donde el beneficio a las clases trabajadoras y
campesinas ha sido mayor y más amplio que en la cuarta República. Sin embargo,
el modelo del Estado benefactor no ha podido abrir paso a un modelo basado en
el ingenio, el emprendimiento y el trabajo de los venezolanos: en la producción
de bienes, servicios y en la creación de plus-valor de carácter endógeno. Esta
debilidad condiciona el desarrollo del socialismo en Venezuela.
Por otra parte, ese
Estado Bolivariano mantiene un cuerpo de Funcionarios de alto nivel cuyos
métodos de trabajo siguen respondiendo a los que existieron en la cuarta
república. El compromiso del Funcionario (en su gran mayoría) sigue sin ser con
el pueblo (con la clase trabajadora); sino, que se mantiene un compromiso con
él mismo y con los de su grupo. En ese contexto, los apoyos automáticos y la
presión maniquea para escoger entre la contrarrevolución o lo que hay se
convierta en un chantaje al pueblo que en definitiva sigue ahorcando la
posibilidad de avanzar al socialismo.
Frente a esta
situación la tarea ideológica de construir con la palabra y la acción se vuelve
más concreta y real. Debatamos sin tapujos sobre nuestra debilidades y
encontraremos nuestra fortaleza. Señalemos las desviaciones y castiguemos a los
contrarrevolucionarios (internos y de afuera) para lograr desarrollar una moral
que nos permita avanzar. Debatamos mil ideas para encontrar el camino al
socialismo. Pero, sobre todo comprometámonos con el cambio ideológico;
practiquemos el cambio ideológico, luchemos por el cambio ideológico, para que
el hombre, la mujer, el adolescente, el niño y el anciano construyan a partir
de su propia reflexión al hombre y la mujer nueva que levante a una nueva
sociedad socialista. Una sociedad nueva con un Estado nuevo, socialista,
conducido con las mejores técnicas de gobierno y dirigido por hombre y mujer
plegados a los intereses de la clase trabajadora, con métodos de trabajo
propios del socialismo en sus diferentes niveles técnicos, administrativos y de
gobierno. Viviremos y venceremos, que viva el socialismo, Carajo.
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