Bernardo Ancidey
Dentro del mar de noticias
relacionadas con el ataque fascista a la Revolución Bolivariana, se colaron dos
noticias que nos recuerdan la magnitud del avance de la barbarie en el mundo
moderno y la razón de la lucha por el socialismo: la creciente inequidad en la
distribución de la riqueza y su carácter insuperable dentro del marco del
capitalismo. La primera, del 17
de marzo la trae la BBC y señala que en el Reino Unido de acuerdo a un reporte
de la ONG Oxfam, la brecha entre ricos y pobres ha aumentado hasta el punto que
las cinco familias más adineradas concentran más riqueza que un quinto de toda
la población del país, o sea 12 millones de personas. La otra, del 19 de marzo es
de la Jornada de México e indica que 10 ricos mexicanos superan los ingresos de
toda la población de ese país, unas 120 millones de personas.
Lo pavoroso de esos informes,
comunes a casi todos los países del mundo, es la tendencia al crecimiento de la
desigualdad entre unos cuantos inmensamente ricos y la abrumadora mayoría de
los seres humanos. Entre estos últimos se incluye esa triste “clase media”
infatuada, que vive atemorizada por el socialismo, pero que se tapa los ojos
ante la segura inminencia de otra de las tantas crisis sistémicas del
capitalismo que la arrimará, como ocurre hoy día en Europa, hacia los sectores
más pobres.
La lógica de acumulación del
capital conduce inexorablemente a quien se lo apropia a tener cantidades cada vez mayores, mientras que el
que vive de un salario, sin importar cuan alto pueda ser, vive en un equilibrio
precario y oscilante, de acuerdo a los vaivenes de la economía. En términos de
las ciencias de la complejidad, se dice que la distribución de la riqueza o de
los ingresos entre las personas o familias, responden a una ley de potencia.
Otro término muy empleado es el del principio “los ricos se hacen más ricos”,
también llamado efecto Mateo por alusión a la frase bíblica “al que más tiene
más se le dará, y al que menos tiene, se le quitará para dárselo al que más
tiene”.
El descubrimiento de las
regularidades anteriores, fue hecho originalmente por el economista italiano Wilfredo
Pareto, al analizar la distribución de tierras en Italia en 1906. Hoy día los
estudios se han vuelto mucho más refinados, resaltando como elemento común que
la desigualdad en los sistemas capitalistas nunca aminora. La inmensa mayoría
de la población se encuentra en una especie de equilibrio, sus ingresos, si los
tienen, siempre tienden a igualar sus egresos, sin importar si hay bonanza o
crisis económica. En cambio, los más ricos siempre ganan, lo único que varía es
su tasa de ganancia, unas veces es más pronunciada que otras. Se ha observado
que en las llamadas crisis económicas las tasas de ganancias de los más ricos
se disparan.
Las acciones gubernamentales
situadas dentro del marco del capitalismo no pueden cambiar este patrón de
distribución de la riqueza, tan solo
pueden afectar la tasa de acumulación capitalista, es decir la velocidad a la
cual el burgués se aprovecha de los trabajadores. Así en México se roba con
mayor descaro a los trabajadores que en el Reino Unido. Cambia el monto pero no
la cualidad del delito.
Venezuela a diferencia de los
casos anteriores, refleja la tendencia humanista y
civilizatoria, disminuyendo la brecha entre ricos y pobres cada año, tal como
lo señala el Informe del Programa de la Naciones Unidas para los Asentamientos
Humanos (ONU-Habitat), al ubicarnos como el país menos desigual de América
Latina y el Caribe. Para 2009 el coeficiente de Gini con el cual se mide el
grado de desigualdad social era de 0,41 y para el año 2012 se ubicaba en 0,39. Este
logro se ha hecho dentro del marco de construcción del socialismo, con una
amplísima participación democrática y respetando los derechos humanos.
El ejemplo que Venezuela le da al
mundo, de avanzar hacia una justa distribución de la riqueza por la vía
socialista, es sin duda una de las causas que promueven la virulencia del
actual ataque en contra de nuestro pueblo. Los capitalistas no pueden permitir
que se repita el ejemplo del Chile de la Unidad Popular, de tener una nación
que avance al socialismo dentro de un marco de amplísimas garantías
democráticas. Somos, en su perversa visión del mundo, un mal ejemplo.
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