miércoles, 5 de febrero de 2014

La trampa económica


Bernardo Ancidey
29 de enero de 2014

La devaluación del bolívar nos recuerda que la economía es una disciplina que aún se debate por adquirir su estatus como ciencia. El peor entre nuestros economistas, es aquel ciego ante la historia reciente y sus abrumadoras evidencias contrarias a sus tesis, pero que insiste en seguirlas aplicándolas como dogma de fe. Como tonto, espera que la realidad se acomode a sus deseos.
Al ver cómo se siguen tomando decisiones en materia económica, uno sospecha que algunos de estos amigos orbitan alrededor de los más altos círculos del gobierno. Solo así, podría entender esa mezcla díscola de acciones dirigidas a incrementar los beneficios del capital rentista, mientas que por otro lado y lamentablemente, con mucho menos éxito, se intenta proteger a los trabajadores. Aunque no hay ruta escrita para construir el socialismo, por la que vamos, no parece que avancemos.
Marx y otros pensadores revolucionarios, nos han aleccionado que no existe división entre política y economía, y quien crea semejante tontería será mejor que de una vez saque el carnet de algún partido de la MUD. Las decisiones económicas son decisiones políticas. Toda medida para reducir el valor del trabajo, produce un incremento del lado del capital rentista. Disimularlas con presuntas medidas para proteger nuestro economía, es un sinsentido.
La economía no es una abstracción, es el resultado emergente del accionar de cada uno de nosotros al intentar satisfacer alguna necesidad, consumiendo o produciendo bienes y servicios,  como individuos u organizados en familias, empresas, naciones o alianzas internacionales. En el capitalismo, la participación no es uniforme, existiendo una enorme concentración de poder político-económico entre unos pocos con mayores recursos. Para ellos se cumple el llamado principio de Mateo, o el lema de que los ricos se hacen más ricos. En cambio, para la inmensa mayoría, solo queda la posibilidad de vivir al día, como trabajador asalariado o subsistir precariamente, sin ninguna posibilidad de acumular capital. Esta es la realidad del capitalismo, tanto en Venezuela como en Burundi.
Estudios a nivel mundial muestran que los patrones de desigualdad económica se encuentran en todo país capitalista, diferenciándose tan solo en la tasa de transferencia de riqueza de los pobres a los ricos. Suiza y los países escandinavos son los que las tienen menos pronunciada. Venezuela logró disminuirla considerablemente en los últimos años, al punto que si bien seguimos lejos de los países mencionados, al menos tenemos la menor desigualdad en Latinoamérica.
Disminuir dicha tasa implica un mejoramiento en las condiciones de vida de la mayoría, porque se reparte mejor la riqueza, al desacelerar los mecanismos que existen en el capitalismo para generar y profundizar la desigualdad. La propiedad de los medios de producción, la concentración del capital, la inflación, la devaluación, los auxilios financieros, las liberalizaciones económicas (paquetazos), son todos mecanismos capitalistas con los cuales los burgueses aseguran una mayor porción de la torta, tanto en los buenos como en los malos tiempos.
El sistema capitalista ha demostrado ser más robusto de lo que quisiéramos admitir, y es así porque los mecanismos anteriores, tienen la posibilidad de recuperarse si no son reemplazados por procesos que nutran una nueva sociedad socialista. Toda acción político-económica dirigida a mitigar, pero no a desaparecer los mecanismos, solo conduce a situaciones metaestables, es decir  durarán un tiempo, tal vez una o dos generaciones, pero luego reaparecerán, incluso con más fuerza que antes. La recuperación del capitalismo ocurre a ritmos vertiginosos, la historia reciente de Rusia, China o Vietnam, lo demuestra. También lo hace, el actual desmantelamiento del estado de bienestar en Europa, donde alguna vez se logró reducir las desigualdades, moderando los efectos más negativos del capitalismo.
Transitar al socialismo implica alterar esta realidad y ello solo es posible si intervenimos en los mecanismos que generan este patrón, de sacarle renta a las mayorías para entregársela a unos pocos. Una política socialista debe estar dirigida al desmantelamiento de dichos mecanismos y no a reforzarlos. Hay que reconocer que esta no es una tarea sencilla, son muchas las presiones para obrar en sentido contrario, pero justamente es allí donde debe demostrarse y no simplemente declararse la ética socialista, el atreverse a salir de los moldes, ser inteligentes, creativos y asumir un verdadero compromiso revolucionario.
La diferencia entre  reformistas y revolucionarios, es que los segundos luchamos por un cambio que de raíz, elimine los mecanismos que generan la desigualdad, no que estos sean más tolerables. Esto no implica caer en un infantilismo de izquierda de oponernos a toda acción de carácter reformista que se traduzca en una sustancial mejora en las condiciones de vida de los trabajadores. Lo que sí nos planteamos, es que se inscriban dentro de una trayectoria que profundice la participación y el empoderamiento de los trabajadores y haga que estos cambios sean irreversibles hacia etapas anteriores del capitalismo.

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