Bernardo Ancidey
29 de enero de 2014
La devaluación del bolívar nos
recuerda que la economía es una disciplina que aún se debate por adquirir su
estatus como ciencia. El peor entre nuestros economistas, es aquel ciego ante la
historia reciente y sus abrumadoras evidencias contrarias a sus tesis, pero que
insiste en seguirlas aplicándolas como dogma de fe. Como tonto, espera que la
realidad se acomode a sus deseos.
Al ver cómo se siguen tomando decisiones
en materia económica, uno sospecha que algunos de estos amigos orbitan
alrededor de los más altos círculos del gobierno. Solo así, podría entender esa
mezcla díscola de acciones dirigidas a incrementar los beneficios del capital rentista,
mientas que por otro lado y lamentablemente, con mucho menos éxito, se intenta
proteger a los trabajadores. Aunque no hay ruta escrita para construir el
socialismo, por la que vamos, no parece que avancemos.
Marx y otros pensadores
revolucionarios, nos han aleccionado que no existe división entre política y
economía, y quien crea semejante tontería será mejor que de una vez saque el
carnet de algún partido de la MUD. Las decisiones económicas son decisiones
políticas. Toda medida para reducir el valor del trabajo, produce un incremento
del lado del capital rentista. Disimularlas con presuntas medidas
para proteger nuestro economía, es un sinsentido.
La economía no es una
abstracción, es el resultado emergente del accionar de cada uno de nosotros al
intentar satisfacer alguna necesidad, consumiendo o produciendo bienes y
servicios, como individuos u organizados
en familias, empresas, naciones o alianzas internacionales. En el capitalismo,
la participación no es uniforme, existiendo una enorme concentración de poder
político-económico entre unos pocos con mayores recursos. Para ellos se cumple
el llamado principio de Mateo, o el
lema de que los ricos se hacen más ricos.
En cambio, para la inmensa mayoría, solo queda la posibilidad de vivir al día,
como trabajador asalariado o subsistir precariamente, sin ninguna posibilidad
de acumular capital. Esta es la realidad del capitalismo, tanto en Venezuela como
en Burundi.
Estudios a nivel mundial muestran
que los patrones de desigualdad económica se encuentran en todo país
capitalista, diferenciándose tan solo en la tasa de transferencia de riqueza de
los pobres a los ricos. Suiza y los países escandinavos son los que las tienen
menos pronunciada. Venezuela logró disminuirla considerablemente en los últimos
años, al punto que si bien seguimos lejos de los países mencionados, al menos tenemos
la menor desigualdad en Latinoamérica.
Disminuir dicha tasa implica un
mejoramiento en las condiciones de vida de la mayoría, porque se reparte mejor
la riqueza, al desacelerar los mecanismos que existen en el capitalismo para
generar y profundizar la desigualdad. La propiedad de los medios de producción,
la concentración del capital, la inflación, la devaluación, los auxilios
financieros, las liberalizaciones económicas (paquetazos), son todos mecanismos
capitalistas con los cuales los burgueses aseguran una mayor porción de la
torta, tanto en los buenos como en los malos tiempos.
El sistema capitalista ha
demostrado ser más robusto de lo que quisiéramos admitir, y es así porque los
mecanismos anteriores, tienen la posibilidad de recuperarse si no son reemplazados
por procesos que nutran una nueva sociedad socialista. Toda acción
político-económica dirigida a mitigar, pero no a desaparecer los mecanismos,
solo conduce a situaciones metaestables, es decir durarán un tiempo, tal vez una o dos generaciones,
pero luego reaparecerán, incluso con más fuerza que antes. La recuperación del
capitalismo ocurre a ritmos vertiginosos, la historia reciente de Rusia, China
o Vietnam, lo demuestra. También lo hace, el actual desmantelamiento del estado
de bienestar en Europa, donde alguna vez se logró reducir las desigualdades,
moderando los efectos más negativos del capitalismo.
Transitar al socialismo implica
alterar esta realidad y ello solo es posible si intervenimos en los mecanismos
que generan este patrón, de sacarle renta a las mayorías para entregársela a
unos pocos. Una política socialista debe estar dirigida al desmantelamiento de
dichos mecanismos y no a reforzarlos. Hay que reconocer que esta no es una
tarea sencilla, son muchas las presiones para obrar en sentido contrario, pero
justamente es allí donde debe demostrarse y no simplemente declararse la ética
socialista, el atreverse a salir de los moldes, ser inteligentes, creativos y
asumir un verdadero compromiso revolucionario.
La diferencia entre reformistas y revolucionarios, es que los
segundos luchamos por un cambio que de raíz, elimine los mecanismos que generan
la desigualdad, no que estos sean más tolerables. Esto no implica caer en un
infantilismo de izquierda de oponernos a toda acción de carácter reformista que
se traduzca en una sustancial mejora en las condiciones de vida de los
trabajadores. Lo que sí nos planteamos, es que se inscriban dentro de una
trayectoria que profundice la participación y el empoderamiento de los
trabajadores y haga que estos cambios sean irreversibles hacia etapas
anteriores del capitalismo.
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