Bernardo Ancidey
La destrucción del capitalismo será
definitiva si el socialismo es capaz de aportar mayor calidad de vida
dentro de un marco de respeto a la Pachamama. Esta revolución en el
pensamiento sólo se dará en conjunción con nuevas relaciones de
producción que le den viabilidad, las cuales deben construirse desde
ahora y no posponerlas indefinidamente para un mañana incierto.
Las relaciones de producción en el
capitalismo son motorizadas por la recompensa lucrativa. Las relaciones
de producción socialistas se fundamentan en la solidaridad. Lo
característico del socialismo en cuanto a la base material que le dará
existencia, es la participación solidaria, colectiva e igualitaria, en
la producción social de la riqueza y en su distribución. Es un error,
pensar que las relaciones de producción socialistas se construyen sobre
la base del capitalismo de Estado. Podemos encontrar en Marx apuntes que
identifican al Capitalismo de Estado, no con el socialismo, sino con lo
que él llamó el Modo Asiático de Producción. Bajo este modo, a lo más
que se podría llegar, como ya lo avizoraba Bakunin, es al control social
por parte de una casta intelectual burocrática (nacida de la
“vanguardia revolucionaria” previa a la toma del poder político), tal
como emergió en los países del desaparecido bloque soviético. La calidad
de vida de las personas queda sujeta a la mayor o menor benevolencia de
dicha casta a la hora de repartir la renta que monopoliza.
Este pasado, incluso el más cercano a
nuestra experiencia con el boom petrolero de los años 70 y la
consecuente creación de numerosas empresas controladas directamente por
el Estado, nos alecciona acerca de lo equivocado que estamos si creemos
que por esa vía se llega al socialismo.
La historia siguiente recoge que estas experiencias terminan resultando en un retorno, tarde o temprano al capitalismo más salvaje, al no ser capaz de superarlo en cuanto al desarrollo de las fuerzas productivas. En todos los casos, el costo del retorno lo han pagado los pueblos con una caída en picada en sus condiciones de vida.
La historia siguiente recoge que estas experiencias terminan resultando en un retorno, tarde o temprano al capitalismo más salvaje, al no ser capaz de superarlo en cuanto al desarrollo de las fuerzas productivas. En todos los casos, el costo del retorno lo han pagado los pueblos con una caída en picada en sus condiciones de vida.
Esta crítica no constituye una
exhortación a detener los procesos de transferencia de las fuentes de
riqueza de manos privadas a públicas, porque la distribución de la renta
usualmente es mayor cuando éstas están en manos del Estado que de los
burgueses. El problema es que el capitalismo de Estado no resulta
permanente, es metaestable, tarde o temprano cae en un atractor que lo
lleva de regreso al capitalismo.
El capitalismo crece y se auto-organiza
más o menos espontáneamente, alimentado por el insaciable afán de lucro y
el emprendimiento humano, en cambio, el socialismo debe ser pensado de
antemano por los revolucionarios, ensayado y cuidado hasta que pueda
adquirir capacidad propia para expandirse por el país, el continente y
el planeta. El socialismo es voluntad pensada.
La revolución política es una condición
necesaria más no suficiente para llegar al socialismo, se completa con
la toma de control de los bienes de producción, lo cual no implica su
pase al Estado. No hay nada escrito acerca de la velocidad a la cual
debe hacerse este proceso, esto dependerá de las respectivas
correlaciones de fuerza y de la estrategia trazada para la transferencia
de conocimientos a los trabajadores que democratice el saber necesario
para la gestión productiva en la nueva sociedad socialista. En todo
caso, mientras más rápido se haga, mas seguridad tendremos en garantizar
la irreversibilidad del proceso. Para ello es vital ensayar nuevos
modelos de gestión productiva por parte de los trabajadores, desarrollar
procesos de aprendizaje paralelos al ejercicio de las nuevas
responsabilidades, cristalizando la idea que no habrá vuelta al
capitalismo.
La historia brinda magníficos ejemplos
de cómo lograrlo. La película de Eisentein, “El Acorazado Potemkin”, es
una hermosa lección de cómo los revolucionarios pudieron gestionar una
compleja nave, haciendo que oficiales y técnicos zaristas trabajasen a
favor de la revolución. El convencimiento de la marinería del Acorazado
Potemkin en el cambio social, fue la principal fuerza detrás de su
logro.
Sin compromiso ideológico es arriesgado
avanzar en la socialización de los medios de producción. Experiencias
recientes en Venezuela, muestran que los reflejos condicionados creados
sobre nuestra gente, hace que afloren la viveza criolla, el nepotismo,
el clientelismo, la extorsión incluso hacia otros entes del Estado,
junto a otros males derivados de la cultura capitalista. Poderes
otorgados, son usados por mafias sindicaleras para su propio beneficio y
no del conjunto de los trabajadores. Estas lacras demuelen cualquier
intento de autogestión. Estos reflejos condicionados se confrontan con
la espontaneidad de la acción y el pensamiento, libre de los influjos y
la seducción del marketing burgués, colocando al colectivo trabajador
como sujeto de su propia liberación y constructor del socialismo.
La gran incógnita que surge de esta
reflexión, es si la dirección actual del proceso venezolano sabrá enviar
señales claras a los trabajadores de que ese es el camino, el de la
revolución socialista y bolivariana y no el del compromiso
socialdemócrata.
Tomado de http://humanidadenred.org.ve/la-construccion-del-socialismo-i-por-bernardo-ancidey/
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