Relato presentado en el Primer Concurso Literario Flotilla de la Libertad: "Llaves para un futuro digno"
La primera vez que
hablé con Rajma, en el 2009, buscaba a cualquiera en Palestina, a través de las
redes sociales, para hablar de Jerusalén. Tenía la intención de viajar y quería
ver como hacía alguien, en Venezuela, para visitar esa ciudad. A partir de allí
comenzamos a entablar una amistad virtual, teniendo de primera mano testimonios
de las penurias de quienes viven en Palestina.
Rajma era un
estudiante, de buena familia, más bien autodidacta, que se fue formando como
profesor de matemáticas en su natal Gaza, sin embargo, leía y devoraba
cantidades de libros que lo elevaban intelectualmente y le brindaban toda clase
de conocimientos para sostener de manera ferviente sus puntos de vista. A mi
interés de visitar Jerusalén se contrapuso el interés de Rajma por conocer
sobre Hugo Chávez y su empeño en defender la causa Palestina. Las primeras
veces me preguntó si era un interés genuino o era de ese tipo “izquierdistas”
quienes, por moda, quiere parecer progresistas. Le manifesté que su amor por
los oprimidos, por los que sufren en el mundo y en particular por los
palestinos era sincero.
A través del
ciberespacio pude adivinar cómo un brillo de luz aparecía en los ojos de Rajma,
esperanzado en que se levantaran voces gigantes capaces de denunciar el acoso y
los crímenes de Israel.
Rajma estudiaba en la
Universidad Al-Azhar en Gaza, a poco más de un kilómetro de la playa. Allí el
aire del mediterráneo envuelve el recinto universitario, llenando los salones
de la Facultad de Educación, con los recuerdos de pescadores que por siempre
tuvieron en el mar su fuente de trabajo, su riqueza y su sustento. La
Universidad Al-Azhar no es antigua, funciona desde el año 1991, por lo que el
mar aún no la impregna de esa capa salada, profunda, que cubre las
construcciones costeras. Desde su salón de clases, en el segundo piso, Rajma ha
escuchado a más de un profesor decir que ni los obuses, ni los proyectiles, ni
los tanques, ni las balas, ni el fuego, van a permitir que ellos dejen de
seguir formando a los Palestinos. La Universidad ha pasado ya por dos
intifadas.
Por un lado, la vista
al mediterráneo y, por otro lado, ser vecinos de la Universidad Islámica,
obligaban a Rajma a meditar sobre su papel, sobre su pasado, su religión, su
activismo, y su futuro. Como la mayoría en Gaza, simpatizaba con Hamás, siendo
un colaborador consciente de las razones por las que defendía a su patria.
Rajma, me contaba que él
era un auténtico descendiente de los filisteos, y se enorgullecía de historias
en las que sus antepasados directos habían derrotado a los egipcios, hace más
de diez mil años. Sus profesores no hacían más que acrecentar el orgullo por su
tierra y por su historia. Cerca de la Universidad, Rajma se conectaba en un
ciber, mientras miraba las frutas de las Tiendas Aboud Al – Najjar.
En ese mismo ciber
esperaba a Sara, su prometida. Una tarde a inicios del 2010, estábamos
celebrando un año de nuestra amistad por internet. Rajma estaba alegre, como de
costumbre, pero por la cámara pude ver cuando llegaba Sara al ciber, y noté
como el ambiente enseguida cambió. Las noticias que traía Sara no eran
alentadoras. En medio de la más despiadada persecución, los vejámenes del
ejército sionista, la imposibilidad de salir y tener que permanecer, humillados
en la cárcel más grande del mundo, en medio de ese abrumador panorama, las
risas de Rajma y de Sara eran siempre un aliciente para todos. Pero ese día
algo pasaba.
Sara había discutido en
su casa, con sus tíos. Querían que se casara lo antes posible, que alguien
asumiera los gastos y que además aportara al hogar. Los suministros escaseaban,
y el hambre alcanzaba a todos, incluyéndolos a ellos quienes se consideraban
personas de clase media. Unos familiares de Sara trabajaban casi como esclavos
en la ciudad industrial de Haifa y esto les permitía tener algún acceso a los
productos alimenticios. Por su parte, algunas tardes Rajma se acercaba a organizar
con los pescadores salidas rápidas al mar en las madrugadas siguientes. Debían
violar las disposiciones israelíes de costa seca para Gaza, por lo que pescaban
a escondidas y cerca de la orilla. Esta pesca artesanal apenas alcanzaba para
comer.
El futuro de Rajma y de
Sara era incierto. A miles de kilómetros de distancia yo los alentaba, les
decía que eran ejemplo de resistencia, que eran parte de ese ejército anónimo
que lucha y que se niega a ser silenciado. Mi admiración era genuina. Pero con
eso solamente, no se come.
Ya a mediados del mes
siguiente me enteré de una hermosa campaña que se realizaba para ayudar a los
Palestinos: se trataba de la Flotilla de la Libertad. Les informé y la emoción
y el agradecimiento tanto de Rajma como de Sara era infinito. Desde Caracas los
aupaba y les pedía que siguieran trabajando, resistiendo y principalmente estudiando.
La información de la Flotilla de la Libertad corría como pólvora y muchos la
manejaban en detalle.
El amor de Rajma hacia
Sara era un aliciente a esa atormentada muchacha cuyos padres murieron vilmente
luego de un bombardeo en la llamada Operación Plomo Fundido. Su hermano menor,
Muhammed, también falleció. Su casa fue destruida quedando todos aplastados en su
interior. Tal vez murieron instantáneamente, era lo que deseaba Sara, que sus
padres y su hermano hubieran encontrado una muerte rápida. Ellos vivían en la
ciudad de Jan Yunis, a unos 25 kms de la ciudad de Gaza. Había pasado apenas un
poco más de un año de aquel fatídico mes de diciembre de 2008. Sara, desconsolada
trató de huir por la ciudad de Rafah hacia Egipto, pero el bloqueo israelí se
lo impidió. Incluso, unos amigos se ofrecieron a pasarla fuera de la Franja por
los túneles, pero los israelíes los bombardeaban, dejando tapiados a decenas de
gazatíes que huían del conflicto. Finalmente, Sara logró cobijo en casa de sus
tíos en la ciudad de Gaza, en plena avenida Abdel Naser. Para Rajma, estudiar
en la Universidad Al-Azhar, en la misma avenida donde residía su novia, y tener
el mar allí tan cerca, le resultaba notablemente feliz. El transporte era un
problema y las alcabalas israelíes siempre son un riesgo. Constantemente lo
decía, Gaza es la cárcel más grande del mundo, pero una cárcel al fin, y Sara
era testigo y víctima de esto.
Pasé varias semanas sin
saber de Rajma. Ya a finales de aquel mayo de 2010 volví a hablar con él.
Estaba entusiasmado. Tanto él como Sara esperaban el Mava Marmara, el barco de
la Flotilla de la Libertad. Habían organizado como sería la recepción, cómo se
repartiría la ayuda, quienes estaban más necesitados. Todo era un alborozo que
hacía vibrar mi computadora. Sara casi no lo dejaba hablar y le quitaba el
teclado para añadir más y más detalles. Yo de verdad estaba feliz con su
felicidad. Se disculpaban por no conectarse casi, cuestión que, si se toma en
cuenta la diferencia horaria, hacía suponer que en mi espera de conexión
mediaban largos trasnochos. En esas noches meditaba sobre las injusticias y el
cinismo estadounidense e israelí quienes abiertamente amenazaban la existencia
del milenario pueblo de Palestina.
El 1ro de abril de 2010
era un jueves, tenía que trabajar temprano pero no pude. Con desespero empecé a
escuchar, a miles de kilómetros de distancia, los gritos de quienes lloraban
una iniciativa frustrada. Militares israelíes
atacaron cobardemente el buque de la Flotilla, ocasionando la muerte de diez
activistas y más de 50 heridos. Se bloqueó la entrega de más de diez mil
toneladas de ayuda humanitaria y se frustraron los sueños de miles de gazatíes
que contaban con esta ayuda.
Mi computadora
permaneció por días, por semanas, por meses, tratando de encontrar una conexión
con Rajma o con Sara. Ocho años después, su silencio se parece al de las
naciones que prefieren ignorar la tragedia palestinense. Silencio sepulcral.
marzo, 2018
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