Reinaldo Iturriza López
1. Nunca se insistirá lo suficiente en el hecho clave de que la guerra económica apunta a destruir la sociabilidad construida por la revolución bolivariana.
Una sociabilidad que es hechura popular, fundada en la recuperación de
la dignidad, en la solidaridad y en el deseo de transformar la propia
realidad.
2. Comprender el conjunto de condiciones de diversa índole que le han
hecho posible, asumir que existe tal cosa como una sociabilidad
construida popularmente durante la revolución bolivariana, exige de
parte importante de la sociedad venezolana, y fundamentalmente de su
clase media, abandonar su proverbial narcisismo, su profunda incultura
política. Exige asimilar que para la mayoría de la sociedad venezolana,
los años que siguieron a la primera victoria electoral de Chávez fueron
los mejores de sus vidas. Irónicamente, esto sigue resultando
inconcebible para buena parte de una clase media que, durante el mismo
período, vio mejorar sus condiciones materiales de manera significativa.
3. Este último dato da cuenta de la relación entre pasiones políticas y
constitución de subjetividades antes y durante la revolución
bolivariana: el sujeto chavista se constituyó a partir de, y al mismo
tiempo produjo, profundas transformaciones en el campo cultural o, si se
quiere, inmaterial. Sentadas las bases de una nueva cultura política,
se dispuso a transformar sus condiciones materiales de existencia. El
antichavismo desconoce, o simplemente es incapaz de comprender este
proceso de constitución de subjetividad, y la irrupción del sujeto
popular es interpretada como una amenaza a su forma de vida, no importa
si sus condiciones materiales mejoran. Desconocimiento, incomprensión y
percepción de estar bajo amenaza son determinantes en el proceso de
subjetivación del antichavismo.
4. Para la generación que vio emerger al chavismo como sujeto
amenazante, peligroso, el mundo de lo popular era ya, de por sí, un
mundo absolutamente ajeno, extraño, una referencia lejana. Una realidad
de la que muchos habían logrado escapar, "ascendiendo" socialmente. Un
mundo representado de manera grotesca, caricaturesca, en el cine y en la
televisión, en la literatura, en la prensa. Una realidad de la que se
sabía poco o nada. El "submundo" que salió quién sabe de dónde el 27F de
1989, pero que con la misma había vuelto a desaparecer. Ese más allá
inaccesible, ese lugar vedado a la mirada, si la intención era vivir en
la ficción de una conciencia tranquila y conciliar el sueño sin
remordimientos.
5. Para una clase habituada, en Venezuela y en todas partes, a creerse
el centro del universo, la sola existencia de un sujeto político
popular, protagonista de una épica democrática y revolucionaria,
dispuesto a hacer todo lo que ella fue incapaz de iniciar, le resultó
siempre algo inaceptable.
6. Visto lo anterior, se entiende por qué el antichavista promedio es tan aficionado a la "política boba" como el peor de los oficialistas:
para el primero, es vital creer que cualquier chavista es un Alejandro
Andrade encubierto o en potencia, un irracional, un violento o
simplemente un ignorante; para el segundo, cualquier antichavista es un
Henry Ramos Allup encubierto o en potencia, un guarimbero o simplemente
un traidor a la patria. Para ambos, no existe más política que la de los
políticos, en su sentido más tradicional, y tal cual estos últimos,
sólo son capaces de hacer ejercicio de la política de manera cínica, con
arreglo a intereses individuales o de grupos, de espaldas a la voluntad
de los comunes. Lo mismo pactan en secreto que buscan aniquilarse. Pero
más allá de todas estas coincidencias, tal vez la más importante sea su
desconocimiento de la política de los de abajo.
7. A esta política de los de abajo o de los comunes se le desconoce
tanto en el sentido de que se le ignora deliberadamente, como en el
sentido de que ni siquiera se sabe de su existencia. Esto último es lo
que pretende cierto antichavismo que se ubica más allá del bien y del
mal, y desde ese no-lugar la emprende contra "el poder", así, en
abstracto, mientras insiste en que la guerra económica es una argucia
propagandística. Eso sí, a la oligarquía ni con el pétalo de un rosa.
8. Aquí abajo, donde se ejerce la política de los comunes, debemos
lidiar con todas las miserias de este sistema putrefacto, con toda su
violencia; con los estragos que produce el modelo capitalista
rentístico, en crisis terminal desde finales de los años 70; con los
efectos más perniciosos de la "política boba", que nos distrae de lo
fundamental y nos inmoviliza. Y sin embargo, seguimos trabajando para
construir espacios para conjurar el odio.
9. Tan claro tenemos cuál es nuestro enemigo, que sabemos muy bien que
no es nuestro vecino o cualquiera que piense diferente. Lo hemos sabido
siempre, y por eso hemos procurado evitar no el conflicto, sino la
guerra. Por eso, en cada coyuntura, sin excepción, hemos apostado por la
política. Nuestro desafío sigue siendo construir un nosotros amplio,
diverso, plural, un espacio en el que podamos disputar de igual a igual
con nuestros adversarios.
10. Pero la guerra se nos impone, como si de una fatalidad se tratara.
Una guerra que, para lograr los objetivos que persigue, es
fundamentalmente incruenta, al menos hasta ahora. Una guerra que suscita
el quiebre de la sociabilidad que construyó el chavismo, para que la
dignidad popular dé paso a la indignidad del humillado, para que la
solidaridad dé paso a la brutal competencia, para que la resignación se
imponga sobre el deseo de cambio revolucionario. Entonces, si el cálculo
de los cínicos así lo ordenara, la guerra más cruenta.
11. Por eso, más recientemente, el ataque tan despiadado contra los
Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), cuya creación
constituye, sin duda, la decisión política más audaz tomada por Nicolás
Maduro en los últimos tiempos. Forzado por las circunstancias, dado el
colapso de la red pública de distribución, corrompida hasta los
tuétanos, y con la red privada de distribución bajo el control casi
absoluto de las fuerzas económicas que conspiran contra la democracia
venezolana, el Presidente apeló a la organización popular procurando
garantizar, progresivamente, la distribución de un mínimo de productos
de primera necesidad, cuya adquisición supondría más privaciones o
humillaciones, cuando no sería sencillamente imposible.
12. Pero más allá del asunto puntual y decisivo, al mismo tiempo, de la
distribución de alimentos, los CLAP constituyen una iniciativa orientada
a diluir el odio: su organización previene contra la pasividad,
promueve el trabajo territorial, está dirigida a todos por igual, sin
distinción de posición política, como todas las políticas del gobierno
bolivariano; permite evitar, al menos parcialmente, las penurias y los
riesgos asociados a las interminables colas. Obviamente, un instrumento
tan potente también convoca a los nefastos personajes de siempre, que
aprovechan la circunstancia para pasar factura ni siquiera a los
antichavistas, sino a chavistas con los que tienen diferencias; para
tomarse la foto y luego seguir haciendo más de lo mismo: nada; para
poner el instrumento al servicio de intereses clientelares; para robar.
Pero allí donde proceden como corresponde, el resultado es satisfacción,
seguridad, tranquilidad, y lo más importante: confianza recobrada en la
fuerza popular.
13. Los CLAP no serán la solución a todos nuestros problemas, ni está
planteado que así sea. Pero van en el camino correcto. Más importante
aún, es muy probable que representen la última posibilidad de dirimir el
conflicto por la vía política. El antichavismo mayoritario, ese que,
por ejemplo, estuvo en desacuerdo con la guarimba, tendría que ser capaz
de entender que su clase política optó, casi por completo, por
abandonar la vía electoral. Pudiendo derrotar al gobierno bolivariano a
través del voto, optó por la derrota de la política. El desafío que
tenemos por delante todos los venezolanos, unos y otros, es nada menos
que derrotar el odio.
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