Bernardo Ancidey
La
mediática internacional aún luce alborotada con la afirmación del candidato
demócrata a la Presidencia, Bernie Sanders, de que en los EEUU los pobres no
votan. La perogrullada, que recuerda al niño del cuento del Rey Desnudo, ha
molestado profundamente a todos los que pretenden vendernos la opresiva y
excluyente plutocracia gringa, como el paradigma de la democracia mundial.
Sin
embargo, no nos adelantemos a buscar la paja en el ojo ajeno sin mirar la viga
en el propio. Nuestras sureñas democracias tampoco tienen mucho de que
vanagloriarse, porque los procesos de marginalización socio-política de los
sectores más pobres, siguen tan vigentes hoy como ayer, pese a la pasantía
gubernamental de sectores progresistas o de izquierda en la última década.
En el caso de Venezuela, ha sido una constante en todos los procesos electorales, incluso los celebrados en los últimos 17 años, la significativa diferencia entre la elevadísima y unificada participación electoral de los más ricos, y la baja y dividida de los sectores populares.
En el caso de Venezuela, ha sido una constante en todos los procesos electorales, incluso los celebrados en los últimos 17 años, la significativa diferencia entre la elevadísima y unificada participación electoral de los más ricos, y la baja y dividida de los sectores populares.
En las
ricas y urbanizadas zonas donde habitan los estratos socioeconómicos medios,
medio-altos y altos, o más bien, pequeños burgueses y burgueses, la
participación alcanza entre el 90 y el 100% del registro electoral, mientras
que en barrios y zonas rurales, donde viven trabajadores, campesinos pobres y
por supuesto el lumpen, apenas si ronda alrededor del 50%. El ya histórico 30%
de abstención en nuestras elecciones nacionales está constituida
abrumadoramente por gente pobre.
Las
cifras de participación de los más pobres han oscilado según el tipo de evento
electoral, aumentando en procesos nacionales donde veían alguna esperanza de
cambio o para confrontar un posible empeoramiento de su situación, como durante
las elecciones presidenciales del Comandante Chávez o para el referendo
revocatorio. Sin embargo, jamás llegaron a alcanzar las cifras de participación
de los sectores más adinerados. Para empeorar la situación, la participación de
los pobres en elecciones parlamentarias, regionales o municipales, siempre ha
estado muy por debajo de las presidenciales o refrendarias. La causa es la
paradoja de la desesperanza aprendida, porque siendo la elección de autoridades
o voceros más cercanos, muchos no ven que impliquen algún cambio significativo
en sus vidas.
Los
triunfos de Chávez se debieron básicamente a la incorporación de millones de
pobres excluidos en procesos electorales anteriores y que aún cuando su
participación nunca superó proporcionalmente a la de los sectores más ricos,
fue suficiente por la extensión, para superar los núcleos duros de la votación
opositora en las urbanizaciones citadinas.
Sin
embargo, la pasada elección parlamentaria del 6D en Venezuela, no fue sino
resultado de una tendencia de muchos años, que parece que nadie quiso ver
(véase Análisis de elecciones nacionales 1998-2015: Revolución o Extinción en
http://www.aporrea.org/actualidad/a219671.html). Los éxitos electorales de ayer
cegaron la posibilidad de una mirada más atenta a una dinámica electoral
innegable de crecimiento indetenible de la votación favorable a la derecha.
Una
muestra ilustrativa de la realidad electoral venezolana puede encontrarse en el
municipio Sucre del Estado Miranda, el cual es indistinguible del resto de
Caracas y combina la presencia mixta de una zona considerada como el barrio
pobre más grande de Latinoamérica y una significativa presencia de
urbanizaciones de sectores medios y altos. Allí se han turnado las votaciones a
favor del chavismo y la oposición, y la diferencia la ha marcado siempre la
votación de los habitantes de los barrios, porque la participación electoral en
las ricas urbanizaciones siempre ha sido constante, elevada y unificada. Así,
si la votación de los barrios sube a más de 60% ganará el chavismo, pero
si disminuye, se impondrá el voto militante de la derecha.
La
situación ahora luce más comprometida, dado que luego de la incorporación de
millones de pobres que entre 1999 y 2006 votaron por el chavismo, desde ese año
el proceso se ha detenido, y hoy por hoy el crecimiento de la población y por
tanto del registro electoral con la incorporación de nuevos votantes jóvenes,
solo alimenta el crecimiento de la votación a favor de la derecha (El 92% de
los jóvenes votan por la Derecha en
http://www.aporrea.org/actualidad/a219853.html).
Las
causas de la menor participación electoral de trabajadores, del campo y
la ciudad y del lumpen, hay que buscarla no tanto en la pobreza, sino en los
procesos concomitantes de marginalización y adoctrinamiento de los aparatos
ideológicos del capital. Entre estos, destacan en nuestro mundo hipermoderno y
globalizado, la idiotización mediática y la novísima manipulación a través de
las redes sociales para los no tan pobres. Masajeando la mentalidad de
millones, logran la domesticación del pueblo, asegurando su pasividad y la
aceptación de la injusticia social como algo normal, promoviendo el
debilitamiento de la cohesión social a favor del individualismo burgués y la
desconfianza en nuestras propias fuerzas para lograr el cambio social.
También
contribuye a la exclusión electoral de los pobres, la distribución de los
centros de votación, los cuales se concentran en las zonas urbanizadas y son
prácticamente inexistente en muchos barrios y zonas rurales. Hay que reconocer
que en el pasado reciente, Venezuela avanzó en vencer la exclusión electoral,
acercando los centros de votación a los electores de zonas marginales, y
masificando los procesos de cedulación.
Estas
acciones deben continuarse y profundizarse, junto a la necesaria educación
electoral, que hoy día es prácticamente inexistente y que seguro su ausencia
fue un factor que impulsó el súbito incremento en los votos nulos en las
pasadas elecciones parlamentarias del 6D.
Transformar
la realidad en Venezuela y en el resto de Nuestramérica y dejar de ser
democracias en el papel exige, además de los procesos de autoorganización
comunal, una verdadera revolución electoral que empodere a la totalidad de los
sectores populares y no solo a una fracción de ellos, por muy significativa que
ahora nos parezca.
Si los
pobres del mundo alguna vez pudieran votar en la misma proporción que los más
ricos, otro gallo cantaría
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