Bernardo Ancidey
Luego de más de 120 años de estudio de la desigualdad de las personas en el ingreso y la riqueza, los científicos reconocen la chocante persistencia y regularidad matemática del fenómeno, al menos desde el tiempo de los faraones egipcios. Físicos, matemáticos y economistas han logrado recabar estadísticas de ingreso y riqueza de personas y familias, mostrando todas el mismo comportamiento, al punto que han llegado a denominarlas como “leyes”: Pareto, Gibrat, Zipf, o más generalmente como leyes de potencias.
Sin entrar en detalles matemáticos, lo que han encontrado en todos los estudios, tanto en distintas épocas como en una gran variedad de países, es la presencia universal de una elevada concentración de los ingresos o de la riqueza de una sociedad en un 5-10% de la población. A este sector los científicos suelen referirse como los “ricos”, mientras que al restante 90-95% los denominan como pobres o de medianos ingresos. Esta estructura los llevó a plantear que las sociedades actuales tienen una estructura de dos “clases”: los que como usted y yo vivimos al día, con ingresos que igualan o apenas superan los ingresos, y que representamos ese 90 a 95% del total de población y los ricos, agrupados en el 5-10% restante. Es importante mencionar que la llamada “clase media” venezolana o de cualquier otro país, la cual vive de salarios o de pequeños y medianos negocios, se encuentra entre el 90 al 95% de la población.
Hay consenso en reconocer que en los datos utilizados no está representada esa inmensa masa de la población que no tiene ningún ingreso o riqueza y por lo tanto no aparecen en los registros y estadísticas utilizados por los investigadores. Así, en los registros de impuestos no aparecen quienes no ganan lo suficiente para declarar y pagarlos, como tampoco aparecen en los registros de propiedad las personas que no tienen alguna. De modo que habría que añadir esta tercera “clase” al anterior esquema binario.
Lo sorprendente es que desde el año 2009 a la fecha, estudios más exhaustivos han mostrado que dentro del conjunto de los “ricos” existe un grupo muy reducido, donde se ubican los 400 individuos como los que aparecen entre las mayores fortunas personales del mundo reportadas por la revista Forbes. Estos tienen un comportamiento muchísimo más depredador y paradójicamente pagan proporcionalmente mucho menos impuestos que los demás “ricos”, los de medianos ingresos y los pobres, pese a tener patrimonios equivalentes al de varias naciones juntas.
Son estos superricos los que están justamente detrás de las operaciones de ataques a países, organizaciones o movimientos sociales que puedan resultar en una amenaza a sus intereses. Los miembros de los otras “clases” que defienden sus intereses como propios, particularmente los reclutados entre la “clase media” y el lumpen, son simples peones de sus maniobras para preservar sus cuantiosos beneficios.
Se han construido modelos para tratar de explicar la existencia de la desigualdad basados en el reconocimiento que dentro de las sociedades antiguas y las capitalistas actuales, hay una propensión a quedarse con un beneficio cada vez que ocurre un intercambio de bienes y servicios entre dos pares de miembros cualesquiera de la sociedad. Esta propensión (¿plusvalía?), aunque sea reducida, si es desigual conduce a las marcadas diferencias sociales observadas. Todos esos modelos coinciden en concluir en la imposibilidad que sobre la base de esa dinámica se pueda construir una sociedad socialista igualitaria.
Entre las lecciones que nos brindan estos estudios resalta la coincidencia con lo que los teóricos revolucionarios han señalado desde siempre: no existe posibilidad de construir una sociedad socialista mientras permanezcan los mecanismos de intercambio desigual entre las personas. Mientras no se extirpen las relaciones de producción e intercambio del capitalismo, seguirán existiendo y profundizándose las enormes diferencias sociales y económicas entre el género humano y los superricos seguirán haciendo de las suyas.
bernardo.ancidey@gmail.com
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