Bernardo Ancidey
Los señalamientos del Ministro de Salud venezolano sobre la conducta
bachaquera de algunas transnacionales farmacéuticas, beneficiarias de
millones de divisas que no se tradujeron en salud sino en medicinas
dañadas o inexistentes, solo roza el velo que esconde una de los
negocios más infames del capitalismo contemporáneo. Y es que
aprovecharse de nuestras debilidades como Estado para estafarnos
descaradamente, solo es uno más de los múltiples atentados que estas
empresas cometen contra la humanidad, disfrazadas de “proveedoras de
salud”.
Investigadores como Ben Goldacre1, David Healy2, Joanna Moncrieff3 y Sharna Olfman4
han venido denunciando a las grandes empresas farmacéuticas como
verdaderas mercaderes de enfermedades. Son hoy por hoy, el mayor grupo
de presión en los EEUU y tal vez el negocio que más volumen de dinero
maneja a nivel mundial. Su poder es tal, que son capaces de controlar a
los propios organismos reguladores de EEUU (FDA: Food and Drug
Administration) y Europa (EMA: European Medicines Agency) para que les
aprueben medicinas inútiles, costosas y que provocan graves efectos
colaterales. Esto pueden lograrlo gracias a un perverso sistema que les
permite NO DIVULGAR LOS DATOS PRIMARIOS DE LAS PRUEBAS CLINICAS, porque
supuestamente son secretos comerciales. De esta manera niegan la
posibilidad de una revisión científica de dichos resultados. En los
pocos casos en que esto ha sido posible debido a investigadores como los
del Centro Cochrane5,
o por largos y costosos pleitos judiciales de pacientes o familiares,
se ha mostrado como la mayoría de estas pruebas clínicas son una
caricatura de investigación científica, realizadas en países donde las
regulaciones son pobres o inexistentes, con personas que desconocen el
objeto de la pruebas, pacientes que no existen (y que por lo tanto nunca
mueren o empeoran) o que muchas veces no reúnen las condiciones para
ser sujetos de prueba. Además, a dichas empresas solo se les exige que
el nuevo medicamento aporte una superficial mejora sobre el placebo,
para lo cual muchas veces alteran o sesgan los datos, eliminando
aquellos que muestren aspectos negativos del nuevo medicamento.
Una de sus estrategias más infames ha sido la de convertir indicadores
secundarios en enfermedades, o patologizar procesos naturales
(“medicalización”) como el adelgazamiento de los huesos con la edad, y
así vender químicos ineficaces. Se destacan entre otras píldoras, el
Orlistat y Rimonabant para bajar de peso, el último fue retirado del
mercado en 2009 por inducir problemas siquiátricos y suicidios; Vioxx,
supuesto analgésico que resultó en aumentos de ataques cardíacos; para
bajar la tensión como la Reserpina o los infaustos Benflurorex y
Rosiglitazone para la diabetes y que inducían fallos del corazón;
estatinas para bajar el colesterol y que causan depresión, pérdida de
memoria e insomnio; antihipertensivos y antipsicóticos como la
clorpromazina, la cual produce ataques al corazón, diabetes e induce al
suicidio, reduciendo las expectativas de vida no en años sino en
décadas; antidepresivos como el Paxil que induce al suicidio, al igual
que el famoso Prozac; y finalmente, Ziprexa, usado como antidepresivo
pero que incrementa la glucosa, el colesterol y la tasa de suicidios.
Estas transnacionales, presentan artículos hechos bajo la figura de
“ghostwriting”, es decir a través de empresas de publicidad contratan
personas pagadas para maquillar los datos y realizar “decoraciones
estadísticas” a los resultados clínicos con el fin de publicarlos en
revistas respetables. Su inmoralidad ha llegado al colmo que una de
ellas, GlaxoSmithKline, permitió que a 32 mil de niños en el Reino Unido
les fuera prescrita su droga Paroxetine (de uso en adultos), sabiendo
que aumentaba el riesgo de suicidio, escudándose bajo el pobre argumento
de que la ley no la obligaba a divulgar esos efectos. Y no es la única
mafiosa, Goldacre nos recuerda que: Eli Lilly fue multada en 2009 por
1.400 millones de dólares por promover la droga Olanzapine para la
esquizofrenia y según el propio Gobierno norteamericano “la compañía
entrenó su fuerza de venta para ignorar la ley”. Pfizer fue multada con
2.300 millones de dólares por promover el analgésico Bextra; Abbot con
1.500 millones en mayo de 2012 por promover Depakote para controlar la
agresión en personas de la tercera edad; Merck con 1.000 millones en
2011 y AstraZeneca con 520 millones de dólares en 2010.
La conclusión es que buena parte de estos medicamentos novedosos,
mercadeados como curas efectivas, y prescritos por médicos en todo el
mundo, no son más que peligrosos tóxicos, que están provocando daños y
muerte a muchos pacientes todos los días. Como lo señala los
investigadores, estas empresas no tienen interés en hacer estudios para
responder interrogantes científicos o terapéuticos, así como tampoco les
interesa salvar vidas o mejorar las condiciones de vida de los
pacientes, su negocio es hacer dinero y realmente a la final no les
importa cómo lograrlo.
No es sorprendente que una vez más, algunas de estas empresas aparezcan
involucradas en un fraude a una nación, en este caso a Venezuela. Si lo
han hecho a lo largo de los años y contra Gobiernos de países con
instituciones más sólidas que las venezolanas, nada raro tendría que
estén hasta el cuello en negocios sucios con la manipulación cambiaria.
Ellas son simplemente sospechosas habituales.
1 Goldacre, Ben (2012). Bad Pharma. How Drug Companies Mislead Doctors and Harm Patients. New York: Faber and Faber.
2 Healy, David (2012). Pharmageddon. Berkeley and Los Angeles: University of California Press.
3 Moncrieff, Joanna (2013). The bitterest pills. New York: Palgrave Macmillan.
4 Olfman Sharna (2015). The science and pseudoscience of children´s mental health. Santa Barbara, California, USA: Praeger
5 La Colaboración Cochrane es una organización sin ánimo de lucro que reúne a un grupo de investigadores de ciencias de la salud
de más de 11.500 voluntarios en más de 90 países que aplican un
riguroso y sistemático proceso de revisión de las intervenciones en
salud. Página Web: www.cochrane.org
bernardo.ancidey@gmail.com
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