Bernardo Ancidey
Se pronostica que para el año 2035,
EEUU alcanzará independencia energética basada en la creciente explotación del
llamado gas de esquisto o pizarra, pese a las fuertes protestas de los
ambientalistas por la tecnología de fracturación hidráulica o fracking. Este
proceso perfora la roca
inyectándole millones de litros de agua, arena y aditivos químicos, contaminando
los acuíferos, el suelo y provocando temblores. Todo apunta que las protestas
ecologistas no detendrán la explotación dada las ventajas económicas para la
industria petrolera norteamericana, además que permitiría afectar a Rusia y a
la OPEP, al reemplazar la dependencia europea del gas ruso y del petróleo árabe,
por el combustible de EEUU.
Parecería que con la creciente
exportación de petróleo al Asia, no habría mayores problemas para que Venezuela
sustituya el menguante mercado de EEUU y asegure los ingresos por ese concepto.
En los últimos diez años Venezuela disminuyó la exportación a EEUU de más de
1,3 millones barriles a 700 mil barriles y de aquí a 15 años tal vez baje a 500
o a 300 mil.
Se podría pensar que el nuevo
escenario energético conduciría a una menor injerencia, al disminuir el apetito
imperial por las inmensas reservas venezolanas. Sin embargo, nada estaría más
alejado de la realidad. Los propios representantes del Departamento de Estado
han sido explícitos al señalar que usarán la nueva posición energética para
terminar con la influencia política venezolana en América Latina, ejercida a
través de Petrocaribe y Petrosur. Para ello vienen promoviendo el uso del
petróleo de esquisto en la propia América Latina, en especial en países con grandes
reservas como Argentina. Su ganancia sería doble, por un lado les venderían a
nuestros países la tecnología que llevan desarrollando desde hace 10 años como
hizo la Chevron con Argentina y la Shuepbach Energy en Uruguay, y por el otro, debilitarían
la dependencia potencial del petróleo venezolano, ecuatoriano o del gas
boliviano.
La estrategia gringa es lineal,
para ellos el mundo no cambia y todo se trata de controlar recursos, así que
Venezuela estaría condenada a ser un país que vende energía y si ellos pueden
controlar este mercado, entonces acabarían con la influencia del chavismo en el
continente.
Si bien es importante considerar las
estrategias energéticas imperiales para adecuar nuestros planes económicos y comerciales,
especialmente incrementando el valor agregado de la industria petrolera, es esencial
tener presente el gran error de Washington al pensar que la unidad
latinoamericana se fundamenta en la negociación mercantil de un commodity,
cuando lo que ocurre es justamente al revés. La fuerza de Venezuela, no es el
petróleo, es lo que hacemos con él para mejorar las condiciones de vida de
nuestro pueblo y de contribuir solidariamente con otros pueblos hermanos del
Caribe y de América Latina. Es de aquí de donde surge lo que ellos llaman la
influencia de Venezuela, que no es más que el ejemplo de que otro mundo es
posible, donde la unidad y la solidaridad cimentan las bases de las relaciones
entre los pueblos.
Aunque el futuro siempre es
incierto, hay algo en que si podemos estar absolutamente seguros y es que habrá
esperanza para Venezuela y para el planeta, si transitamos la senda que nos
lleve a la integración latinoamericana y a la solidaridad SUR-SUR, usando los
recursos energéticos y de cualquier otro tipo, para proporcionar una vida
decente a la humanidad y no para someterla.
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