sábado, 3 de mayo de 2014

Petróleo de esquisto y el futuro de Venezuela



Bernardo Ancidey
Se pronostica que para el año 2035, EEUU alcanzará independencia energética basada en la creciente explotación del llamado gas de esquisto o pizarra, pese a las fuertes protestas de los ambientalistas por la tecnología de fracturación hidráulica o fracking. Este proceso perfora la roca inyectándole millones de litros de agua, arena y aditivos químicos, contaminando los acuíferos, el suelo y provocando temblores. Todo apunta que las protestas ecologistas no detendrán la explotación dada las ventajas económicas para la industria petrolera norteamericana, además que permitiría afectar a Rusia y a la OPEP, al reemplazar la dependencia europea del gas ruso y del petróleo árabe, por el combustible de EEUU.

Parecería que con la creciente exportación de petróleo al Asia, no habría mayores problemas para que Venezuela sustituya el menguante mercado de EEUU y asegure los ingresos por ese concepto. En los últimos diez años Venezuela disminuyó la exportación a EEUU de más de 1,3 millones barriles a 700 mil barriles y de aquí a 15 años tal vez baje a 500 o a 300 mil. 

Se podría pensar que el nuevo escenario energético conduciría a una menor injerencia, al disminuir el apetito imperial por las inmensas reservas venezolanas. Sin embargo, nada estaría más alejado de la realidad. Los propios representantes del Departamento de Estado han sido explícitos al señalar que usarán la nueva posición energética para terminar con la influencia política venezolana en América Latina, ejercida a través de Petrocaribe y Petrosur. Para ello vienen promoviendo el uso del petróleo de esquisto en la propia América Latina, en especial en países con grandes reservas como Argentina. Su ganancia sería doble, por un lado les venderían a nuestros países la tecnología que llevan desarrollando desde hace 10 años como hizo la Chevron con Argentina y la Shuepbach Energy en Uruguay, y por el otro, debilitarían la dependencia potencial del petróleo venezolano, ecuatoriano o del gas boliviano. 

La estrategia gringa es lineal, para ellos el mundo no cambia y todo se trata de controlar recursos, así que Venezuela estaría condenada a ser un país que vende energía y si ellos pueden controlar este mercado, entonces acabarían con la influencia del chavismo en el continente.

Si bien es importante considerar las estrategias energéticas imperiales para adecuar nuestros planes económicos y comerciales, especialmente incrementando el valor agregado de la industria petrolera, es esencial tener presente el gran error de Washington al pensar que la unidad latinoamericana se fundamenta en la negociación mercantil de un commodity, cuando lo que ocurre es justamente al revés. La fuerza de Venezuela, no es el petróleo, es lo que hacemos con él para mejorar las condiciones de vida de nuestro pueblo y de contribuir solidariamente con otros pueblos hermanos del Caribe y de América Latina. Es de aquí de donde surge lo que ellos llaman la influencia de Venezuela, que no es más que el ejemplo de que otro mundo es posible, donde la unidad y la solidaridad cimentan las bases de las relaciones entre los pueblos.

Aunque el futuro siempre es incierto, hay algo en que si podemos estar absolutamente seguros y es que habrá esperanza para Venezuela y para el planeta, si transitamos la senda que nos lleve a la integración latinoamericana y a la solidaridad SUR-SUR, usando los recursos energéticos y de cualquier otro tipo, para proporcionar una vida decente a la humanidad y no para someterla.

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