Bernardo Ancidey
El Estado como organización social
no es una entidad estática, de hecho reconocemos su carácter histórico al
surgir en un determinado momento y evolucionar a lo largo del tiempo asumiendo diversas
manifestaciones: teocrática, militar, absolutista, burocrática, burguesa o
combinaciones de las mismas.
Gaston Leval en su libro “El Estado
en la Historia”, muestra su capacidad de autopreservación adaptándose a las cambiantes situaciones
sociales a través de diversas estrategias, siendo una de las más notorias los
eternos vaivenes entre la centralización y la descentralización. Con ello no
nos referimos a la visión formal que reduce estos procesos a la transferencia
de competencias de órganos nacionales a entidades regionales, municipales o
comunales. Nos referimos a una visión más amplia, la cual incluye a la
anterior, como procesos donde el Estado expande su tamaño diversificándose en
un mayor número de constituyentes y concentrando la toma de decisiones en unos
pocos órganos.
Tales procesos conllevan una
contradicción intrínseca: la expansión implica un Estado grande que interviene
en un mayor campo de actividades, ensanchando su base social de apoyo y obteniendo
estabilidad. El crecimiento requiere consumir mayores recursos económicos a la
vez que disminuye su capacidad de control efectiva, al ser obstaculizada por
miríadas de entidades que el mismo promovió. La situación puede mantenerse
siempre y cuando la economía lo permita. En general se trata de tiempos de
bonanza económica. Lamentablemente este crecimiento afecta negativamente la
economía y a la larga hace insostenible al aparato estatal, viéndose obligado a
reducir su tamaño, sacrificando en este proceso a sus antiguos aliados
sociales. Comienza entonces el proceso inverso de concentración, con una institucionalidad
más pequeña y eficiente y centralizando la toma de decisiones en las instancias
de mayor jerarquía. El tamaño disminuirá y aliviará la economía, pero al mismo
tiempo lo hará más inestable al disminuir su base social de apoyo.
Este patrón de comportamiento, con
sus eternos vaivenes, se ha repetido
desde el antiguo Egipto hasta nuestros días. Conviene, por tanto, tenerlo
presente al momento de realizar análisis coyunturales y evitar recurrir a supuestas
características especiales, para justificar la reorganización del Estado
venezolano. Tal proceder nos aproximaría a la hechicería, al negar la dinámica
evolutiva subyacente al devenir estatal.
Es dentro de este contexto de
complejidad, develado por Leval, que debe analizarse las recientes
orientaciones de la política pública venezolana de eficiencia o nada. Su
corolario ha sido la unificación de los despachos de Juventud y Deporte;
Educación Universitaria y Ciencia, Tecnología e Innovación; Vivienda y Hábitat
y Ambiente; y la creación de una instancia dirigida a la desburocratización. Paralelamente,
y continuando con un proceso iniciado antes por el Comandante Chávez, se
fortalecieron las Vicepresidencias, lo que en la práctica concentra la toma de
decisiones en instancias supraministeriales.
Es claro el sentido de estas
actuaciones así como su impacto a corto plazo al reducir el número de
funcionarios públicos. Tales acciones no deben sorprender a nadie y tal vez se
acompañen de nuevas fusiones en un futuro próximo. El no haber ido más lejos
tal vez sea expresión de las contradicciones que se debaten en el alto
gobierno, al intentar capear las dificultades económicas sin sacrificar las
conquistas sociales, lo que implicaría adoptar paquetes neoliberales y echar
por la borda los ideales bolivarianos.
Es evidente que la situación
económica seguirá presionando, pero mientras el petróleo siga siendo codiciado,
el Estado venezolano seguirá disponiendo de recursos que eviten ir a una crisis
más grave y radical. La amenaza no es el estallido social, sino más bien el
ahogamiento lento, cuasi-estático, y su consecuencia en el desafecto y la
apatía política de los sectores populares. Es obvio que hay una alternativa,
pero ella se inscribe en superar el rentismo y el parasitismo capitalista,
dedicando todos los esfuerzos a la construcción de abajo hacia arriba, de una
economía verdaderamente socialista. El Estado comunal, orgánico y no
parasitario, es la vía de escape a la dinámica compleja y auto-limitante
descrita por Leval para todo Estado cuya función principal sea mantener la
desigualdad económica y la injusticia social.